Que la felicidad haya que ligarla a sus contenidos metafísicos (destino del hombre, vida eterna, presencia de Dios, percepción de la belleza...) parece inexcusable. Si la modernidad bloquea estos contenidos en virtud de su crítica racionalista de la metafísica, la felicidad se reduce tendencialmente a un estado bioquímico de relajación o bienestar suscitable de modos diversos. El fracaso de esta vía, manifiesto en la proporción directa entre el aumento del consumo de drogas de la felicidad y el número de depresiones, suicidios y conductas destructivas, exige rehabilitar los contenidos metafísicos pretendidamente bloqueados o negados por la crítica moderna. Semejante rehabilitación exige un vuelco de alcance ontológico que nos enfrenta con la modernidad y su curso varias veces secular. Por lo que toca al terreno de la pedagogía política aventuramos que supondría efectos directos, cuya actual estigmatización indica la dificultad de una reversión que juzgamos, sin embargo, perentoria. Sin duda, esa reversión supondría en el terreno social y político la elevación a clave determinante de la vieja idea de la DISCIPLINA.
2/7/07
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