31/10/09

Freud: a día de hoy


Acaba de aparecer, en Encuentro, el libro de Juan B. Fuentes. La impostura freudiana. Una mirada antropológico crítica sobre el psicoanálisis freudiano como institución. No hay que dejarse llevar por el título. No es un comentario más sobre Freud, esconde un capítulo mayor que el libro. La dimensión de su capítulo octavo habrá que ir midiéndola en obras venideras de este autor. La crítica de la modernidad presupone una filosofía de la historia que está aquí miniaturizada, pero cuyo rostro puede apreciarse con claridad. Una filosofía de la historia que bebe en fuentes medievales y cristianas, y que no renuncia a la esperanza. Acaso pueda alentar algún acercamiento al viejo mundo que es el mundo mismo, pese al naufragio multisecular. No será fácil, pero el libro respira una atmósfera de otro tiempo:

"Las catedrales vistas cual fósiles encerrados en nuestras ciudades como sedimentos tardíos. De sus dimensiones no se nos ocurre extraer, sin embargo, consecuencias sobre la fuerza vital que en otros tiempos estuvo coordinada con ellas y les dio forma. Aquello que estuvo vivo dentro de esas conchas multicolores y que las creó es algo que nos queda más lejano que los amonites del Cretáceo; y más fácil que reconstruir su figura nos resulta reconstruir, a partir del hueso de un saurio encontrado en una cantera de pizarra,la imagen del animal de que ese hueso formó parte. También puede decirse que los seres humanos de hoy ven esas obras como ven los sordos las formas de violines y trompetas..." (E. Jünger)

30/10/09

Der Einzelne: Singularidad y Estereotipia

"En una situación en que son los técnicos quienes administran los Estados y los remodelan de acuerdo con sus ideas, están amenazadas de confiscación no sólo las digresiones metafísicas y las consagradas a las Musas, lo está también la pura alegría de vivir. Quedaron atrás hace ya mucho los tiempos en que la propiedad era considerada un latrocinio. Del lujo forma parte también el modo propio de ser, el ethos, del que dice Heráclito que es el daimon del ser humano. La lucha por un modo propio de ser, la voluntad de salvaguardar un modo propio de ser es uno de los grandes, de los trágicos asuntos de nuestro tiempo" (E. Jünger)

22/10/09

Desdicha: Decir y Desdecir. (Elementos de Política Intempestiva VIII)

Todavía no me he encontrado el lugar en que, según se me dice, Francisco Ayala se desdice de sus posiciones e ideas de postguerra, articuladas fundamentalmente en su Razón del Mundo. Que todo autor reelabora su pensamiento a la luz de los tiempos es indudable, otra cosa es desdecirse frontal y plenamente. Esto último sólo puede juzgarse una desdicha, y aún especialmente en su caso. En efecto, la obra en cuestión no desmerece entre los grandes clásicos de la Filosofía de la Historia de España; es la obra de un maestro, lo que tiene un profundo sentido moral que no admite desdichas como la señalada, más propias de invertebrados. 

"Pienso, en efecto, que la altura a que ha llegado la crisis de Occidente permite, primero dominar el conjunto del último tramo recorrido - la modernidad -, descubriendo con eso su sentido; y segundo, reconocer sin grave riesgo el hecho de que durante ese lapso hemos ocupado nosotros una posición excéntrica, puesto que, una vez agotado, se encuentra disuelta ya la fatalidad lacerante de la situación. No impolítico, sino, al contrario, altamente político será, pues, subrayar con la mayor energía nuestra insolidaridad radical con un proceso disociador que ha conducido, y que no podía dejar de conducir, a la catástrofe que amenaza hundir al Occidente. La responsabilidad que nos puede caber en esta catástrofe es insignificante, por cuanto hemos resistido con toda energía a las disgregadoras tendencias que debían desencadenarla. Lo que tal resistencia nos ha costado, nadie podrá desconocerlo. Nos hemos debatido en la tortura de nuestras ligaduras, y llegamos al final destrozados, y en los puros huesos de nuestra básica estructura cultural. Pero aún la conservamos, informando nuestro carácter común, determinando nuestras formas de vida - y ¿cómo no, si por centurias fueron abandonadas a su inculta espontaneidad? -, bastardeadas, pero capaces todavía de erigir sobre sus principios ínsitos un nuevo sistema universalmente válido.
Mientras tanto, el resto del mundo occidental llega al tope y encuentra cierrado el camino de cuatro siglos. Se han agotado las posibilidades de despliegues en un crecimiento diferencial de las varias naciones y, tras los riquísimos frutos alcanzados por ellas a estímulo del espíritu de conquista en el terreno del progreso técnico y del conocimiento instrumental, los aplican al aniquilamiento recíproco, porque ya no hay expectativas de expansión paralela, y la historia no tiene vuelta" (Franciso Ayala)

19/10/09

De paso

Un pasaje de una breve entrevista publicada en ABC, sombreada de exactitud.

"—Pero cuesta trabajo creer que desde un Ayuntamiento progresista se tomen esas medidas prohibiendo la libertad de reunión…
—No me cuesta trabajo en absoluto. Los progresistas y los liberales son intransigentes. Solo hace falta leer a Galdós y entender a Baroja cuando lo definía como fraseología masónica."

18/10/09

Elementos de Política Intempestiva VII

La profunda afinidad semántica, es decir, real, entre la taberna y la caverna - símbolo místico fundamental - debería indicarnos el tipo de desorden que supone el actual modo de convivencia. El tabernáculo, sacra sacrorum, y el habitáculo de la convivencia o de la comunicación se vinculan profundamente. El estilo en que realizamos nuestras libaciones, en un convivium que no merece el término... en español, en efecto, se ha perdido casi totalmente el uso del verbo convidar. Es un signo más, pero un signo esencial que debería forzar el más turbio diagnóstico sobre nuestro presente y el más negro pronóstico sobre nuestro futuro. Insisto en que esto no supone ni pesimismo, ni renuncia a la lucha.
Puedo contemplar cada fin de semana, que en realidad dura ya cuatro días, el fenómeno modernísimo y muy notablemente español del botellón. No se trata sólo de la bebida distribuida, no compartida, sino de las actitudes huidizas y provocativas, agresivas y manifiestamente viciosas de los asistentes. Decía en otra ocasión: "por abajo las maneras del proxeneta, los modos del macho del corral con su lunfardo impotente y degradado". Creo que es preciso.
Es un peligro inminente y de gravedad incomparable. Tras leer la horrorosa novela de McCarthy la alarma se hace más acuciante. Pero son numerosísimos los avisos tenebrosos, y no son de hoy. Al margen del error estratégico, no puede dejar de valorarse muy positivamente el acierto de fondo de Spengler (1880-1936)  quien escribe en las primeras páginas de "El hombre y la técnica" (1931):

"De otra parte estaba el materialismo de origen esencialmente inglés, la gran moda de los semicultos en la segunda mitad del siglo pasado, de los folletones liberales y de las asambleas populares radicales, de los marxistas y de los escritores etico-sociales, que se tenían por pensadores y poetas.
Si a los  primeros les faltaba el sentido de la realidad, a éstos, en cambio, les faltaba en grado superlativo el sentido de la profundidad. Su ideal era exclusivamente lo útil. Todo lo que fuese útil para la "humanidad" pertenecía a la cultura. Lo demás era lujo, superstición y barbarie.
Útil, empero, era lo que sirve a la "felicidad del mayor número". Y esta felicidad consistía en no hacer nada. Tal es, en último término, la doctrina de Bentham, Mill y Spencer. El fin de la humanidad consistía en aliviar al individuo de la mayor cantidad posible de trabajo, cargando a la máquina. Libertad de "la miseria, de la esclavitud asalariada", e igualdad en diversiones, bienandanza y "deleite artístico". Anúnciase el panem et circenses de las urbes mundiales en las épocas de decadencia. Los filisteos de la cultura se entusiasmaban a cada botón que ponía en marcha un dispositivo y que, al parecer, ahorraba trabajo humano. En lugar de la auténtica religión de épocas pasadas, aparece el superficial entusiasmo "por las conquistas de la humanidad", considerando como tales exclusivamente los progresos de la técnica, destinados a ahorrar trabajo y a divertir a los hombres. Pero del alma, ni una palabra.
Éste no es el gusto de los grandes descubridores mismos, con pocas excepciones; ni tampoco el de los que conocen bien los problemas técnicos; sino el de los espectadores, que no pueden inventar nada y, en todo caso, no comprendían nada de eso, pero rastreaban algo que podía redundar en su beneficio. Y con la falta de imaginación que caracteriza al materialismo de todas las civilizaciones, bosquéjase una imagen del futuro, la bienaventuranza eterna sobre la tierra, un fin último y un estado duradero, bajo el supuesto de las tendencias técnicas del año 80, aproximadamente, y en peligrosa contradicción con el concepto de progreso, que excluye todo "estar": libros como "La antigua y la nueva fe" de Strauss; "Retrospección desde el año 2000" de Bellamy, y "La mujer y el socialismo", de Bebel. No más guerras; no más diferencias de razas, pueblos, Estados, religiones; no más criminales y aventureros; no más conflictos por la superioridad de unos y el diferente modo de ser de otros; no más odios, no más venganzas. Un infinito bienestar por todos los siglos de los siglos. Semejantes trivialidades nos producen hoy, al presenciar las fases finales de ese optimismo vulgar, la idea nauseabunda de un profundo tedio vital, ese taedium vitae de la Roma imperial, que se expande al sólo leer tales idilios sobre el alma y que, en realidad, si se realizase, aunque fuese sólo en parte, conduciría al asesinato y al suicidio en masa"

17/10/09

The Road

Estoy leyendo con enorme dificultad la novela La Carretera, de Cormac McCarthy. Dificultades para soportar el texto: doloroso y desesperanzado. No queda un mínimo rastro de esperanza, pese a que se alude al vínculo del padre y su hijo como último eco del mundo. Arrasado, inhabitable, desolador, no puedo dejar de recordar una de esas frases abismales y sucias, que he oído atribuir a J. P. Sartre: "El infierno son los otros". En el desierto sin matices que presenta McCarthy los otros no pueden adjetivarse. Carecen de nombre en cualquier idioma humano. El espacio asfixiante que se dibuja es milimétricamente la contrafigura del mundo: no hay enemigos, sino figuras antropomórficas del mal sustantivo. Los restos arruinados de las viviendas, antes hogares, figuran como espantosos baluartes del inmundo. Nada de esto resultaría aterrador de no contar con los protagonistas - un padre y su hijo, apenas un niño - en cuya simple existencia radica el elemento de ficción del texto. La anti-atmósfera del libro no toleraría la subsistencia del más mínimo resto de un vínculo afectivo semejante al que sostienen los personajes. El resto sólo enfatiza componentes realísimos y eficaces de nuestro presente: la ficción es aquí la esperanza.
Sólo los ciegos se negarán a ver la patente realidad del mal entre nosotros, no es pesimismo pero tampoco un optimismo vacío que es hoy ya una auténtica locura o efecto de la más neta estupidez.
Con un sacrificio que apenas puedo medir trataré de llegar al final del libro. Las solapas recogen la voz de un crítico que afirma la presencia en el texto de un fundamento para la esperanza, con lo ya visto me basta para estimar el error del crítico. De otro modo habría que concluir que McCarthy acaba haciendo increíble su narración, lo que no es buen signo en una novela de ficción. Diré, entre paréntesis, que tras avanzar unas páginas retorno al Kempis (todavía no toco el Evangelio) que apenas puede purgar la infección.  Espero, sin embargo, que el tiempo me deshaga de la angustia pero nada puede liberarnos del terror que produce, a día de hoy, la simple realidad. Pero hoy es posible todavía prepararse para la batalla: cotidiana, ancestral, y dolorosa.

4/10/09

Clamoroso silencio.


La casi plena falta de libertad, efecto de una emancipación asfixiante, se ofrece en numerosas formas. Se trata de la aparente paradoja de una liberación masiva e indiferenciada, una libertad total, que reduce, contrae y, finalmente, aniquila cualquier movimiento realmente libre. Un aspecto de esta plena liberación negativa consiste en la luminosa evidencia de ciertas presuntas verdades: la plena verdad correspondiente a la plena libertad. Pero en el orden humano cualquier plenitud está atravesada de un índice negativo y sólo puede juzgarse un estado límite no sólo inalcanzable, sino también y por lo mismo indeseable.
Estas evidencias y su luz absoluta no se limitan a algún campo determinado, afectan a la entera visión contemporánea del mundo. Tersos ideologemas, que esconden sin huella sus junturas, han fraguado el orden en que nos movemos, desde su cenit los derechos del hombre emiten su brillo cegador. Todo es luz en el mundo sin historia del presente final y definitivo.
Una luminosa nada que esconde una sombra interior: bienestar y consumo infinito; pero detrás un enorme vacío que trasluce bajo las sonrisas juveniles, tras el perfumado aliento y el cuerpo elástico. Una debilidad asilvestrada y bárbara con apariencia suficiente y engreída seguridad.  Son los más jóvenes quiénes más se hunden en la luz sin matices del tiempo realizado. Sucesivas generaciones que han llegado a desconocer cualquier posibilidad de un mundo, enteramente envueltos y transidos de evidencia y certidumbre, nuevas cohortes dispuestas al siguiente paso hacia nuestro abundante y perfecto abismo de luz.
Sin asumir en detalle una posición que es problemática, resulta imprescindible a día de hoy evocar y discutir a las viejas grandes figuras.

"...conviene subrayar lo que hace verdaderamente interesante la crítica joseantoniana. Denuncia, sin duda, las contradicciones internas del capitalismo, pero no ataca tanto sus mecanismos como el espíritu mismo del sistema. La esencia del capitalismo consiste en sustituir el fin primero de la economía, que es la satisfacción de las necesidades reales del hombre, por una ilimitada demanda de beneficios, la cual le arroja al círculo vicioso del "productivismo": producir más para consumir más, consumir más para producir más. Como el producto es la suprema realidad, el objetivo de la actividad humana resulta de ahí una degradación del trabajo, un servilismo del hombre a los mecanismos económicos, que no tienen al hombre como fin. Deshumanizado, desarraigado, arrancado de sus ambientes naturales de vida y pensamiento, el individuo queda sometido a un sistema económico que le niega. Y más todavía, la historia contemporánea, demuestra que el capitalismo siempre considera al hombre como una herramienta o lo define, al modo marxista, como un ser que tiene necesidades. Todo queda reducido al mundo económico como si todo descansara efectivamente ahí, como si el desarrollo de una nación consistiera sólo en el hecho económico. Todo se basa en una ideología económica que conllevaría ipso facto un desarrollo moral. Como el "progreso" es un hecho humano y cultural a la vez que individual y colectivo, no se puede tomar como único término de referencia el crecimiento económico, desligándolo del estancamiento o de la regresión social y humana.
Por el contrario, para José Antonio es conveniente renovar los valores que dan sentido a la vida y restituir a cada uno los bienes que le son indispensables para realizar su destino. Hace un llamamiento a los "valores eternos", fundamentalmente cristianos, que históricamente se han traducido de diversas formas según las épocas: el ideal nacionalsindicalista no es más que la forma de valores humanos eternos adaptada a los problemas contemporáneos"
(Arnaud Imatz)


DE LA NADA, QUE AVANZA

Ese título es casi un lugar común, el desierto debiera habernos asfixiado ya. Acaso lo ha hecho. Me miro las manos, nervudas y cruzadas de v...