26/6/08

1. Patronazgo. Asimetría y Fraternidad.

Frente a la moderna holización u homogeneización cuantitativa del orden social que ha laminado cualquier signo de diferencia, juzgando peyorativo todo servicio, puede tratar de determinarse la forma de una comunidad en que el "más valer", la diferencia entre el mayor y el menor, no suponga ofensa y humillación. Naturalmente humildad y fidelidad son virtudes fundamentales de una sociedad semejante. Nietzsche escribió, (la cita no es literal) son pocas las naturalezas nobles que no saben vivir sin venerar. El hombre moderno que ha hecho de la soberbia su emblema, es decir, del orgullo luciferino, iluminado o ilustrado, ni siquiera puede entender la dignidad del servicio como no conoce la humildad del mando. Soberbia de comerciante y hombre rico.

Veamos:

"En primer lugar estaba su casa. No existe una relación completa de los gastos de ésta (...). Durante los años centrales de su vida, formaban parte de la casa del duque 69 hombres y 21 mujeres, cuyos salarios sumaban más de 9.600 ducados al año. Entre ellos se encontraba su mayordomo Juan Moreno, un tesorero, un secretario, no menos de 12 pajes. Además mantenía seis médicos y un cirujano, junto a dos boticarios y un auténtico ejército de capellanes, dentistas, bordadores, cocineros , panaderos, amasadores, sastres, cocheros, heraldos y un chico negro para los recados. También la duquesa disponía de su personal, entre ellos, un famoso jefe de cocina, su propio platero y su bufon, Juan Martín de Villatoro. Era en total alrededor de cuarenta, y sus salarios suponían otros 4.000 ducados anuales, sin incluir el mantenimiento de sus 18 esclavos. Los alimentos y bebidas para toda esta multitud se enumeraban en una cuenta aparte.
Estos gastos, exorbitantes como pueden parecer, estaban impuestos por la necesidad y no por la vanidad; si el duque hubiera tenido un interés serio en la caza o la música, habrían sido mucho más elevados. Como en cualquier institución, la estructura de esta casa quedaba determinada por su función y sus circunstancias físicas. El aislamiento geográfico exigía que fuera en gran medida autosuficiente y con bastante capacidad para proporcionar hospitalidad a viajeros de alcurnia junto a sus séquitos. Como centro regional económico y administrativo, ofrecía una serie de servicios a la totalidad de la comunidad, así como alojamiento temporal para todos aquellos que se trasladaban por asuntos de la propiedad. Era, además, núcleo de un círculo mucho más extenso de partidarios, personas dependientes y parásitos, que resultaban costosos, pero eran necesarios si había de mantenerse la influencia de la familia. Como otros clanes poderosos, la casa de Alba se hallaban en la cima de una pirámide de relaciones clientelistas, cuyo funcionamiento interno queda algo oscuro. Los historiadores conocen desde hace mucho tiempo la existencia de dichas estructuras, particularmente en el mundo mediterráneo, pero su análisis ha resultado siempre sumamente difícil. Parece evidente que éstas tenían una tremenda importancia en la vida cotidiana de todas las personas, exceptuando tan sólo a los más indigentes, pero su carácter mismo ha impedido la comprensión de cómo funcionaban. Eran, ante todo, relaciones personales, fundadas en un sentido de obligaciones mutuas y, por consiguiente, en un tipo de correspondencia que raramente, o nunca, quedaba registrada en documentos expresos. A diferencia del sistema feudal, con el que en ocasiones se le ha confundido, el clientelismo no tenía categoría legal alguna, pero estaba firmemente apuntalado por necesidades de tipo práctico y, probablemente, también por fuertes presiones sociales. Como mínimo, se hallaba sancionado por la extraordinaria prioridad adjudicada a la lealtad en los sistemas de valores medievales y por una inmemorial costumbre. El patronus y su clientela habían constituido un rasgo generalmente observado en la vida de la antiguedad.
En su forma más simple la relación suponía que el poderoso se hacía cargo de la protección del débil a cambio de su fidelidad y ciertos servicios. Éstos podían tener carácter económico, político e incluso personal (...). Sería tentador afirmar que la fuerza del clientelismo residía en la relativa debilidad de las instituciones oficiales, pero su pervivencia hasta la época actual lo hace, al menos, discutible" William S. Maltby- El Gran Duque de Alba. Atalanta. Gerona. 2007

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