31/1/10

Condena y Pena: Hastío

El verdugo es el pilar de la sociedad (J. de Maistre). Es cierto que a los viejos profetas del sentido común hoy simplemente se les juzgaría reaccionarios. Esto no significa que todo reaccionario sea un monumento al sentido común. En todo caso: ¿No es un atentado al sentido común la fórmula cadena perpetua revisable?
Es preferible no decir una sola palabra sobre la cuestión y, sin embargo, es preciso tomar posición contra el modo en que se fuerza el sentido común. Desde que el pudor se convirtió en patología la cloaca demuestra su salud en los lugares públicos, suele ser licenciada en ciencias de la información, vulgo periodista. La inversión que afectó al pudor, ha convertido al sentido común, según parece, en simple reacción.
(Simple reacción a un "debate televisivo").

16/1/10

Polanyi y la idea de comunidad.

La vida de Karl Polanyi (1886-1964) transcurre entre el corazón de la Vieja Europa y los Estados Unidos, a lo largo de un período que todavía pudo conocer el "soñado jardín de la cultura liberal", en palabras de G. Steiner. En efecto, disfrutaría de una parte de "la paz de los cien años" entre 1815 y 1914. Sufriría la quiebra de la larga guerra mundial entre 1914 y 1945 para hallar refugio entre Canadá y los Estados Unidos, que vetarían la entrada a su mujer a causa de su pasada militancia comunista. Huérfano del imperio austro-húngaro,  porque pese a su posición por la independencia de Hungría, es uno más de los exiliados de ninguna parte que, procedentes del viejo imperio austríaco, ya no podrían reconocer su procedencia sobre el mapa de la Nueva Europa. Emigrado a Londres en 1933, acosado por el hitlerismo, sólo en 1947 traspuso el Atlántico para ocupar una plaza en la Universidad de Columbia.
A los que no aceptamos la viabilidad de la presunta síntesis de cristianismo y socialismo la cercanía de Karl Polanyi a los círculos de cristianos afectos al socialismo podría parecernos ingenua. En modo alguno lo es, porque nada hay de ingenuidad en la obra de Polanyi, cuya indudable solidez admite, por supuesto, la crítica pero de ningún modo el desprecio o la desatención. Bastará recordar la cercanía de los hermanos Chesterton a la sociedad fabiana y al primer laborismo británico. Digamos, simplemente, que no se compadece fácilmente con nuestro socialismo cristiano, al estilo de Bergamín.
La obra de Polanyi remonta la oposición entre la filosofía cristiana y el socialismo, no tanto para lograr ninguna aufhebung, porque - como en toda obra de valor - en la posición lograda no están únicamente contenidos estos términos anteriores, sino muchísimos otros elementos a ninguno de los cuales se reduce, como tampoco a la suma abstracta de todos ellos. A partir de un material plural y riquísimo (Historia económica, antropología, economía política, teología y filosofía..), que es parte de su singular circunstancia biográfica,  Polanyi ha producido una obra de extensión breve, pero cuya intensión e intensidad tardaremos en determinar.

"El solipsismo económico generó un concepto insulso de justicia, ley y libertad en nombre del cual la historiografía moderna negó toda credibilidad a los incontables textos antiguos, en los que se declaraba que el fin del estado era el establecimiento de la rectitud, la insistencia en la ley y el mantenimiento de una economía central sin opresión burocrática.
La verdadera condición de estas cuestiones es tan diferente de la mentalidad de mercado que no es fácil transmitirla con simples palabras. En realidad, la justicia, la ley y la libertad, como valores institucionalizados, hicieron su primera aparición en la esfera económica como resultado de una acción estatal. En las sociedades tribales, la solidaridad se salvaguarda mediante la costumbre y la tradición; la vida económica está incrustada en la organización social y política de la sociedad; no hay lugar para las transacciones económicas; y se trata de impedir toda acción ocasional de trueque, ya que se considera un peligro para la solidaridad tribal. Cuando surgen las leyes territoriales, el rey-dios provee el centro de la vida comunal, amenazada por el debilitamiento del clan, al tiempo que con la ayuda del estado se lleva a cabo un enorme avance económico: el rey-dios, fuente de la justicia, legaliza las transacciones económicas, tachadas anteriormente de lucrativas y antisociales. Esta justicia se institucionaliza mediante equivalencias, se legaliza mediante estatutos y se ejecuta la mayoría de las veces  por los propios funcionarios del palacio y del templo que manejan el aparato tributario y redistributivo del estado territorial. Las normas legales se institucionalizan en la vida económica a través de los órganos administrativos que regulan la conducta de los miembros de los gremios en sus transacciones comerciales. La libertad llega a ellos mediante la ley; no hay patrón al que deban obedecer; y, en tanto mantengan su juramento al cabeza del estado y su lealtad al gremio, son libres de actuar de acuerdo a sus intereses, siendo responsables de todas sus acciones. Cada uno de estos pasos hacia la introducción del hombre en el ámbito de la justicia, la ley y la libertad fue originalmente el resultado de la acción organizativa el estado en el campo económico. Pero el solipsismo económico se olvidó del temprano papel del Estado en la vida económica. Así mantuvo su dominio la mentalidad de mercado. La absorción de la economía por los conceptos mercantiles fue tan total que ninguna de las disciplinas sociales pudo escapar a sus efectos. Imperceptiblemente, todas ellas se convirtieron en baluartes de los modos de pensamiento económicos" (El sustento del hombre)

14/1/10

Los Límites de las Ciencias Sociales /2

Volviendo a la cuestión de la potencia imaginativa de las ciencias sociales: es muy notable cómo toda multiplicación de la misma pasa por el recurso a dos fuentes reales de imaginación o inteligencia. Una de ellas es el sentido común o lo que llaman "sociología popular" (César Rendueles) en referencia a la "naturaleza praxeológica" de las ciencias sociales. La otra es la ampliación de la perspectiva a la historia universal, frente a la reductora cesura moderna que practica la sociología de pretensión científica, tal como señalaba D. Bell. Polanyi ha practicado antes una filosofía social que una sociología científica, lo que supone una perspectiva histórica universal. De ahí, acaso, la potencia imaginativa, es decir teórica, de su enfoque:


“Más allá de los mecanismos institucionales que involucra la mera coexistencia, es posible otro tipo de cambio no espectacular en el mundo humano, pero más extenso que lo que la imaginación haya concebido hasta ahora. La energía nuclear una vez liberada nunca dejará de perseguirnos. Esas preocupaciones constantes en las que tenemos puesto nuestro ser pueden alterar su dirección, cambiando desde su eje económico actual a uno que, pudiéramos llamar, moral y político. El progreso económico y el bienestar ya no serán fines supremos del hombre, sino que su lugar será ocupado por la paz y la libertad. El temor, ese arquitecto del poder, está ya dando lugar a tendencias totalitarias de una magnitud hasta ahora desconocidas. Para mejor o para peor, lo cierto es que la estructura misma del cambio está cambiando”

4/1/10

Los Límites de las Ciencias Sociales.


En cierto punto de un famoso texto de Daniel Bell ("El advenimiento de la sociedad post-industrial". Madrid. Alianza.1976), en el que ofrece las muy diversas formulaciones de la constatación universal de un tiempo posterior al tiempo, señalada en el "post" que ha antecedido numerosos adjetivos: post-moderno, post-industrial, post-histórico, post-económico..., se ponen nuevamente de manifiesto los límites en los que se mueven las ciencias sociales. Son los límites de una modernidad que las ciencias sociales sólo alcanzan a concebir en términos modernos.
"Todos somos epígonos de los grandes maestros", declara D. Bell, a lo que - en abstracto - nada habría que objetar. Pero resulta que para determinar esta figura - la de los "grandes maestros" - se acuerda Bell de un pasaje de Edward Shills en el que puede leerse:

"Una de las mayores dificultades proviene de que no podemos imaginar otra cosa que variaciones de los temas establecidos por las grandes figuras de la sociología del siglo XIX y XX. El que la concepción de "sociedad post-industrial" sea una amalgama de lo que Saint-Simon, Comte, Tocqueville y Weber proporcionan a nuestra imaginación es una prueba de que estamos confinados a un círculo definido con ambigüedad, más impermeable de lo que debería ser" (E. Shils. "Tradition, Ecology and Institutions in the History of Sociology" en Daedalus - otoño 1970 -)

Con ello señala Bell, por boca de Shiels, el límite de las ciencias sociales. Límite que coincide con su misma posición fundamental acorde con la cesura moderna, que señala a un lado el orden de la tradición "superada" y al otro el mundo luminoso de unas ciencias sociales demostrativas pero, sobre todo, resolutivas, efectivas, prácticas. Ahora bien, esta clausura en el estrecho radio de la modernidad, que es cesura respecto de los saberes tradicionales y heredados, es una forma radical de la quiebra revolucionaria del tiempo histórico, quiebra que define la modernidad misma. Las ciencias sociales están limitadas por su posición ontológico-política a favor del nuevo mundo moderno. Por esta razón las ciencias sociales han hallado en el socialismo, en  alguna de sus máscaras multiformes, la contrafigura de la comunidad tradicional, de suerte que el socialismo genérico (sociologismo o societarismo, sería más exacto) es consubstancial al desarrollo de las ciencias sociales. En suma, el carácter Post o Pro es interno al despliegue de las ciencias sociales. Acaso así se entienda mejor la aseveración de Daniel Bell, a continuación del citado párrafo de E. Shiels.

"La única figura que el profesor Shiels deja fuera es Marx, debido quizá a que todos nos hemos convertido en post-marxistas"

Pero ¿es que el marxismo, frente al resto de grandes figuras de los siglos XIX y XX, desborda de algún modo el estrecho confín del que hablaba Shiels?, ¿puede el marxismo ofrecer base a nuestra imaginación para desbordar los viejos temas ofrecidos por las "grandes figuras" de los últimos dos siglos?.
Sólo hay un modo de superar la potencia imaginativa moderna, pero pasa por restañar la cesura revolucionaria - que define la  modernidad - entre la tradición y el luminoso mundo de las ciencias revolucionarias. Se trata de reconocer a los grandes maestros de la tradición occidental. Esto supondría ver una unidad histórica señalada que durante siglos recibió un título que repugna la imaginación moderna, a saber, Cristiandad; y además supondría desdibujar la pretendida especificidad (científica) de las llamadas ciencias sociales. Las ciencias sociales no pueden de ningún modo multiplicar su potencia imaginativa.

DE LA NADA, QUE AVANZA

Ese título es casi un lugar común, el desierto debiera habernos asfixiado ya. Acaso lo ha hecho. Me miro las manos, nervudas y cruzadas de v...