Señalo una referencia que me hizo llegar Xacinto: Reinhart Koselleck Kritik und Krise. Eine Untersuchung der politischen Funktion des dualistischen Weltbildes im 18. Jahrhundert, tesis de doctorado publicada finalmente con otro título y aparecida en nuestro idioma en la editorial Trotta en colaboración con la Universidad Autónoma de Madrid como: Crítica y crisis. Un estudio sobre la patogénesis del mundo burgués. Continuas circunvoluciones sobre tema recurrente, variaciones de riqueza creciente, en las que ofrece Koselleck una perspectiva de las raíces filosófico-políticas de la modernidad. Entiendo que posee una enorme virtualidad, ordenamiento sucinto pero cuya fertilidad es difícil estimar. Cito el último círculo en torno al tema, síntesis cumplida con la que culmina el trabajo y aunque difícil de calar en su dimensión propia - lo que exige el conjunto de la obra - esclarece la posición.
"La utopía burguesa es el "hijo natural" de la soberanía políitica absolutista. Con ello el Estado sucumbe a sus propias condiciones. El Estado, en cuanto réplica a la catolicidad cristiana que se descomponía, era una estructura formal de orden y jerarquía que había de apartar a un lado necesariamente al hombre en cuanto tal, si quería salvaguardar su propia forma. El súbdito fue privatizado en cuanto hombre. Para defender y garantizar su soberanía, el Estado absolutista procuró por todos los medios crear más allá de la religión y de la política un campo de indiferencia que defendiera al hombre de los terrores de una guerra civil y le perimitiera acudir tranquilamente a sus quehaceres y negocios. El hombre en cuanto súbdito, desintegrado, se agrupa al fin - inicialmente a través de los miembros destacados de su inteligencia - en la sociedad civil-burguesa, y procura hallar su nueva patria en el campo apolítico y arreligioso. Pero donde la encuentra es en la moral, esto es, en el producto de la religión privatizada en el seno del Estado perfecto y concluso en su forma. Su campo de acción es el mundo: el mundo ilimitado y abierto. El sistema absolutista de Estados sucumbe ante el asalto indirecto de una sociedad que invocó precisamente aquella moral universal que el Estado quería eliminar, y con la cual - sin tocar políticamente, en apariencia, el Estado absolutista - hizo saltar sin remedio, desde dentro, este mismo sistema. La concentración del poder en las manos del soberano absoluto hizo posible, al otorgar su protección política, la formación de una sociedad que el absolutismo, en cuanto sistema político, no era capaz de integrar en su seno. El Estado en cuanto producto, condicionado por la época de las luchas religiosas confesionales - cuya formalidad había mediatizado estas pugnas de carácter confesional -, se ha convertido en la víctima de su propia evidencia histórica.
La disolución del absolutismo se lleva a cabo en el curso de un impetuoso proceso en el cual la Crítica burguesa había desgarrado el cuerpo de la historia. Los veredictos del ámbito moral interno sólo reconocen en la realidad imperante una entidad inmoral, que provoca su condenación en la medida en que los jueces morales mismos son impotentes para ejecutar sus propias sentencias. En idéntica medida, sin embargo, creció en la nueva élite la conciencia de encarnar el verdadero ser, el ser moral, el ser auténtico. La historia se ve desposeída de su facticidad, para asentar sobre la razón a la moral burguesa. Los ciudadanos-burgueses apolíticos, enajenados de la historicidad, consideran como lo más natural del mundo el que la historia, en cuanto pecado original de la naturaleza, deba ser desandada. La historia no puede ser experimentada de otro modo sino filosófico-históricamente, como un proceso de la inocencia que tiene que realizarse objetivamente. De la Crítica soberana brota, de manera aparentemente libre de trabas, la soberanía de la sociedad. En su condición de autor, el intelectual burgués creía ser el creador de autoridad por antonomasia. La guerra civil inminente, cuya terminación seguía siendo tan imposible de prever cuanto que todavía estaba pendiente de hecho, estaba ya decidida moralmente para el ciudadano. La certidumbre de la victoria radicaba justamente en la conciencia extrapolítica y suprapolítica, que - si bien sólo había sido en principio una réplica, concidicionada por la situación, al absolutismo imperante - se había potenciado a sí misma como autogarantía utópica. El burgués, condenado a desempeñar un papel apolítico, halla refugio en la utopía. Ésta le suministró su seguridad y su poder. Ella fue, en definitiva, el poder político indirecto kat´exokhen, en cuyo nombre fue derrotado el Estado absolutista.
En el bellum omnium contra omnes de la República de las Letras halló la moral, repetidamente, nuevos motivos para anticiparse previsoramente a la acción soberana, que carece de motivos, de razones, en el riguroso sentido de la palabra. Esta moral hubo de vivir del cambio constante de argumentación, porque le estaba vedado, de acuerdo con su propia esencia, el acceso al poder. Finalmente, se vio obligada a decapitar al monarca. Llevada de su desesperación ante su propia incapacidad para reconocer la esencia del poder, se acaba refugiando en la pura violencia. Usurpa el poder con la mala conciencia de un moralista convencido de que el sentido y el fin de la historia son convertir el poder en algo superfluo.
La utopía, en cuanto réplica dada al absolutismo, inaugura con ello el proceso de la Edad Moderna (Neuzeit) que ha dejado tras de sí, hace ya mucho tiempo, su situación originaria de partida. Pero la herencia de la Ilustración es todavía omnipresente.
La transformación de la historia en un proceso forense provocó la crisis en tanta mayor medida cuanto que el hombre nuevo creía poder traspasar su autogarantía moral, sin el menor reparo, a la historia. La guerra civil, bajo cuyo signo y ley vivimos hoy todavía, fue, desde luego, reconocida, pero al mismo tiempo se la minimizó, se le quitó toda gravedad mediante una Filosofía de la historia para la cual la decisión política pretendida sólo representaba el término previsible de un proceso moral suprapolítico. Pero precisamente en esta minimización radicaba la agravación, el endurecimiento de la crisis. El postulado - concebido a partir de una imagen dualista del mundo - sostenido por los combatientes burgueses, a saber: la moralización de la política, era tanto más un desencadenamiento de la guerra civil, cuanto que en la subversión, en la "revolución", no se veía en modo alguno una guerra civil, sino justamente el cumplimiento de postulados morales. Encubrimiento y agudización de la crisis son un solo y mismo suceso. En el encubrimiento se encierra ya la agudización, y viceversa.
La Crítica inició este proceso; y al permanecer los jueces críticos en una relación indirecta con respecto a la política delimitada de modo dualista, enceguecieron para lo osadía y el riesgo de todas las acciones y decisiones políticas en las que, no obstante, se actualizan todos los movimientos históricos.
El hecho de que no comprendiesen esto fue también una perfidia de la situación. La Ilustración, obligada al camuflaje político, sucumbió ante su propia mixtificación. La nueva élite vivía en la evidencia de una normatividad moral cuyo sentido político radicaba, desde luego, en la antítesis con respecto a la política absolutista; la escisión de moral y política gobernó la omnipresencia de la Crítica y legitimó una toma indirecta del poder, cuya significación política real, sin embargo - y ello precisamente debido a su autocomprensión dualista -, permaneció oculta para sus actores. Velar este encubrimiento en cuanto encubrimiento fue la función histórica de la Filosofía de la historia. Ella es la hipocresía de la hipocresía en la que había degenerado la Crítica. Con ello se había consumado un salto cualitativo que veda a todos los partícipes la comprensión y certidumbre de su propia ceguera. El anonimato político de la Ilustración se cumple en la soberanía de la utopía. La cuestionabilidad y el carácter todavía abierto y pendiente de todas las decisiones históricamente aún futuras parecen eliminados desde entonces, o bien surgen a la luz del día en la mala conciencia de aquellos que están entregados a ellos. Porque la relación indirecta con la política, esto es, la utopía, que desde la formción secreta de un frente contra el soberano absolutista, constituido por la sociedad, aparece dialécticamente en liza, se transformó en las manos del hombre de los nuevos tiempos en un capital carente de cobertura política. El pagaré fue saldado por vez primera en la Revolución francesa"
(R. K. Crítica y crisis. Trotta. UAM. Madrid. 2007. pp.159/162)
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