Es un asunto que ya me resulta agotador por recurrente, pero su recurrencia misma obliga a retomar la vigilancia. Surge, a modo de estantigua, el viejo camarada y entona la consabida letanía.
Cito en primer lugar ese misal desacralizado o viejo órgano de expresión parcial y a continuación a Enrique Castro Delgado, que entonó con mayor dureza la vieja melopea pero supo escapar de la hipnosis.
Y, finalmente, el final de una breve tragedia de G. Steiner, que acaso pueda inducir una sonrisa de conmiseración, quiero decir, piedad sin militancia. Y dicho esto, no estará de más repetir que la alternativa no está en la contrafigura, especular y automática, de semejante fantasma: la derecha parlamentaria. A día de hoy, alternativa no hay.
"Contra nuevos males, viejos idearios. "Cuando las cosas van mal, militancia pura y dura", así de tajante -motivo de aplausos- se ha mostrado el ex presidente del Gobierno Felipe González, durante la celebración del primer centenario de la llegada del PSOE al Congreso de los Diputados". (El País. 13/06/10)
"Con el término "institución total" me refiero a aquel tipo de partido que demandaba de sus adherentes una implicación total, un encuadramiento que iba prácticamente "de la cuna a la sepultura" (pioneros, juventudes, partido...) y la inserción en una cultura colectiva que teñía cada uno de los actos de su vida pública y privada. En los años centrales del siglo XX, el desarrollo de los partidos comunistas, allí donde fueron legales - Italia y Francia- generó una subcultura propia, difícilmente extrapolable a otro tipo de organización política: Un individuo podía vivir en una comunidad regida por un alcalde del partido; relacionarse en el trabajo con los camaradas de la sección sindical, con los que volvía a encontrarse en la sede local del partido; acudir a los actos públicos encuadrado bajo las banderas y las consignas del partido; emplear su tiempo de ocio en participar en las fiestas del partido, difundir su prensa o divulgar su propaganda; sus opiniones se moldeaban por la prensa diaria del partido, sobre cuyos contenidos hablaba con los convecinos de la cooperativa de viviendas promovida por el partido; veraneaba en colonias de vacaciones gestionadas por el partido; se casaba con alguien del partido, sus hijos entraban a militar en las juventudes del partido y, en ocasiones, los camaradas de la agrupación local del partido intervenían para mediar en sus conflictos familiares... Me gustaría matizar que, pese a lo que parece a primera vista, no se trataba necesariamente de un universo orwelliano: mucha gente entraba en él de forma voluntaria, por tradición familiar, por mor de la seguridad y el calor que ofrecían sus redes de solidaridad. Ahora bien, es de imaginar el drama que suponía salir abruptamente de este entramado de relaciones. Si a eso le sumamos las especiales condiciones en que se movían los comunistas españoles -exilio y clandestinidad-, la ruptura y la pérdida de referentes de apoyo añadían a la exclusión un plus de penosidad e inseguridad." (E. Castro)
"Él tenía preparados los billetes. El hombre los contó y lo miró con poca simpatía.
- El Partido examinará su caso. Y eso es lo que debe usted ser, créame. Un caso.
El modesto juego de palabras pareció provocarle un callado regocijo. Meneó la cabeza.
- Tendrá noticias nuestras.
Entonces dirigió la mirada a la instancia que el solicitante había empezado a llenar.
- ¿Pero es que no lee Ud. el periódico?, ¿no se ha enterado?. "Por el presente solicito mi aceptación en el Partido Comunista". ¡No existe tal cosa, amigo mío!. No hay más PCI. Basta. Finito.
Separando cada fúnebre sílaba, se pasó el filo de la mano por la garganta.
- Muerta y enterrada, la vieja prostituta. Ahora es el Partido de la Izquierda Democrática.
Deletreó roncamente las nuevas iniciales.
- Ni más Estrella Roja. Un árbol verde. Mire aquí: un frondoso árbol verde.
Agitó el nuevo logotipo ante el rostro del professore.
- ¿Es a éste al que quiere incorporarse?. Diga: ¿lo es?
Lo era. Tan precisamente que el penitente fue incapaz de hallar una réplica, una palabra para su sed. Apenas un rápido asentimiento con la cabeza, como una marioneta, que pasó desapercibido..." (G. Steiner. Pruebas y Tres parábolas.)
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