La expresión nietzscheana referida al Estado, el más frío de todos los monstruos fríos, resulta fría ella misma en comparación con la asociación hobbesiana del Estado con el monstruo del mar: el Leviatán, vencido por Yhavé en los orígenes. Su abundante y aterradora descripción en Job 40. 25 nos ofrece, en efecto, una imagen soberbia del Estado. A su lado apenas cabe el - aunque poderoso - paciente Behemoth.
Leviatán.
Y a Leviatán ¿le pescarás tú a anzuelo
sujetarás con un cordel su lengua?¿Harás pasar por su nariz un junco?
¿taladrarás con gancho su quijada?¿te hablará con timidez?
¿Pactará contigo un contrato
para ser tu siervo siempre?
¿Te divertirás con él como un pajarillo,
y lo atarás para jueguete de tus niñas?
¿Traficarán con él los asociados?
¿se le disputarán los mercaderes?
¿Acribillarás su piel de dardos?
¿clavarás con el arpón su cabeza?
Pon tu mano sobre él:
¡al recordar la lucha no tendrás ganas de volver!
¡Sería vana tu confianza,
porque su vista sola aterra'
Si le despiertan, furioso se levanta,
¿y quién podrá aguantar delante de él?
¿Quién le hizo frente y quedó salvo?
¡Ninguno bajo la capa de los cielos!
(....)
Su corazón es duro como roca,
resistente como rueda de molino.
Le alcanza la espada sin clavarse,
lo mismo la lanza, jabalina o dardo.
Para él el hierro es sólo paja,
el bronce madera carcomida.
No le ahuyentan los disparos del arco,
cual polvillo le llegan las piedras de la honda.
Un junco la maza le parece,
se ríe del venablo que silba.
Debajo de él tejas puntiagudas:
un trillo que va pasando por el lodo.
Hace del abismo una olla borbotante,
cambia el mar en pebetero.
Deja tras sí una estela luminosa,
el abismo diríase una melena blanca.
No hay en la tierra semejante a él,
que ha sido hecho intrépido.
Mira a la cara a los más altos,
es rey de todos los hijos del orgullo.
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