Vivimos en medio de una asfixiante libertad. El grado máximo de individualismo abstracto acomodado sobre una blanda homogeneidad. Se difunden por arriba las suaves maneras del psicólogo - elicitación y sugerencia - las maneras informales de un nuevo y paradójico cortesano: llano y servil. Aunque errante una misma opinión; el gusto divulgado pero no uniforme sino elástico y diverso: capilar y numeroso y abundante. Por abajo las maneras del proxeneta, los modos del macho del corral con su lunfardo impotente y degradado. En la medianía el desteñido de estas dos actitudes: un pantano en calma chicha cuya angustiosa quietud acaso presagie plebeyas tempestades.
Es el cálido aliento de Leviatán, lenta inmersión atmosférica que angustia sin oprimir, ahoga sin someter y finalmente nos vence sin agresión y sin violencia. Contra un enemigo invisible, salvo efímeras condensaciones, no sirve rigor, ni firmeza. Nuestra resistencia sería nuestra mayor debilidad ante un espíritu insubstancial y disperso.
Y, sin embargo, conocida la potencia del hombre: ¿como no afanarse por actualizar su promesa? ¿Cómo conceder nuestro espacio? ¿Cómo abandonar el humilde armazón de nuestras últimas fuerzas?. Porque no nos convence ese único eco, abriremos una línea radiante, una absoluta frontera que arroje más allá esta libertad homogénea: blanda, plástica, adherente, envolvente, densa... como la baba, como la sombra, como la lepra.
Y, sin embargo, conocida la potencia del hombre: ¿como no afanarse por actualizar su promesa? ¿Cómo conceder nuestro espacio? ¿Cómo abandonar el humilde armazón de nuestras últimas fuerzas?. Porque no nos convence ese único eco, abriremos una línea radiante, una absoluta frontera que arroje más allá esta libertad homogénea: blanda, plástica, adherente, envolvente, densa... como la baba, como la sombra, como la lepra.
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