Parece perfectamente aceptable que el Estado absoluto se presenta como respuesta política a la guerra civil religiosa que deshace la Cristiandad en el siglo XVI. Su expresión teórica es la doctrina de la Razón de Estado que abre paso a un relativismo de profundidad creciente, que acabará descomponiendo estratos sociales y antropológicos elementales, alcanzando cotas extremas de desmoralización.
"Por lo demás, puesto que ya no puede distinguirse entre virtudes y vicios mediante la estimación del mérito, sino a base del juicio de la gente, no hay por qué extrañarse si las costumbres y la condición eminente de quien peca, o sus logros, terminan ennobleciendo tal culpa. Sin embargo, si lo que se quiere es su extirpación radical, hace falta remontarse, poco a poco, a su primer origen. Lo cual habrá de hacerse, antes que nada con la infamia en el preciso sentido de la expresión, haciéndola llamar desde el propio punto de vista (apud te) rebelión, conjura y perfidia, y no, como suele hacerse, magnanimidad, prudencia y atención al bien público" (Ioannis Barclaii. Argenis. Frankfurt. 1626)
En el ámbito de ese Estado Absoluto se desarrolla la sociedad civil (bürgerliche Gesellschaft) y su conciencia crítica. Su fruto había de ser necesariamente mórbido.
Ahora bien, ha de entenderse la razón de ser de semejante Leviatán. No es otra que la guerra civil religiosa, una guerra absoluta que sólo encuentra un punto de suspensión en el absolutismo del Estado. La matriz del Estado Absoluto es una impugnación sin matices del orden tradicional. Koselleck lo describe perfectamente:
"El orden tradicional había quedado destruido en el siglo XVI. Como consecuencia de la escisión sufrida por la Iglesia en su íntima unidad, todo el ordenamiento social quedó desencajado. Antiguos vínculos, viejas lealtades, quedaron disueltos. Alta traición y lucha en pro del bien común se convirtieron en conceptos intercambiables según los diversos frentes de acción y según los hombres, que cambiaban de frente. La anarquía general condujo a duelos, violencias y crímenes, y la pluralización de la Ecclesia Sancta constituyó un fermento de depravación para todos aquellos elementos que todavía estaban unidos: familias, estamentos sociales, territorios y pueblos. Con ello, y a partir de la segunda mitad del siglo XVI, se volvió virulento un problema que resultaba ya imposible de resolver y dominar con los medios del orden tradicional..."
El Estado Absoluto que responde a la guerra civil religiosa constituye una "solución perfecta" en un sentido literal, es decir, disuelve, descompone, desarticula toda estructura normativa, toda forma de comunidad (Gemeinschaft) constituyéndose en la matriz en que se realizará, en los dos siglos siguientes el Individuo. Individualismo del que ya parten, como de una evidencia, los filósofos del absolutismo tanto como los ilustrados posteriores.
Bajo el Estado y a una distancia infinita de su centro una multitud homogénea, producto de la laminación de cualquier estructura autónoma, una laminación de los llamados "cuerpos intermedios", un proceso de holización muy anterior a la revolución y a las ciencias sociales, un avance en la línea del moderno igualitarismo perfecto que, sin duda, conocerá una inflexión durante la revolución, pero no una ruptura y que no ha dejado de constituir la línea roja del progreso político hasta nuestros días.
"La responsabilidad absoluta del soberano exige la dominación igualmente absoluta de todos los sujetos, e incluso la presupone. Sólo cuando todos los súbditos están sometidos por igual al señor, puede éste tomar sobre sí en solitario la responsabilidad de la paz y el orden."
Los príncipes se afirman quebrantando el primado absoluto de la religión. Investidos los atributos de Dios por el monarca y finalmente por el Estado impersonal, nada queda sobre el orden que funda. Por debajo el piélago inestable de las conciencias reducidas a la privacidad y constreñidas a la tolerancia. Furiosa dialéctica que todos conocemos.
Acaso haya sido Barclay, autor de Argenis, novela de éxito asombroso y uno de los libros de cabecera de Richelieu, quien mejor haya determinado la índole del absolutismo político, bajo la forma de un reto lanzado al monarca y que Koselleck no deja pasar:
"Devuelve al pueblo su libertad o cuida de la paz interior, por la cual el pueblo ha sacrificado su libertad"
No nota Barclays que aquella libertad, aniquilada, no puede ya ser devuelta. La alternativa eficaz se establece entre el bellum omnium contra omnes o el Estado Absoluto.
"Por lo demás, puesto que ya no puede distinguirse entre virtudes y vicios mediante la estimación del mérito, sino a base del juicio de la gente, no hay por qué extrañarse si las costumbres y la condición eminente de quien peca, o sus logros, terminan ennobleciendo tal culpa. Sin embargo, si lo que se quiere es su extirpación radical, hace falta remontarse, poco a poco, a su primer origen. Lo cual habrá de hacerse, antes que nada con la infamia en el preciso sentido de la expresión, haciéndola llamar desde el propio punto de vista (apud te) rebelión, conjura y perfidia, y no, como suele hacerse, magnanimidad, prudencia y atención al bien público" (Ioannis Barclaii. Argenis. Frankfurt. 1626)
En el ámbito de ese Estado Absoluto se desarrolla la sociedad civil (bürgerliche Gesellschaft) y su conciencia crítica. Su fruto había de ser necesariamente mórbido.
Ahora bien, ha de entenderse la razón de ser de semejante Leviatán. No es otra que la guerra civil religiosa, una guerra absoluta que sólo encuentra un punto de suspensión en el absolutismo del Estado. La matriz del Estado Absoluto es una impugnación sin matices del orden tradicional. Koselleck lo describe perfectamente:
"El orden tradicional había quedado destruido en el siglo XVI. Como consecuencia de la escisión sufrida por la Iglesia en su íntima unidad, todo el ordenamiento social quedó desencajado. Antiguos vínculos, viejas lealtades, quedaron disueltos. Alta traición y lucha en pro del bien común se convirtieron en conceptos intercambiables según los diversos frentes de acción y según los hombres, que cambiaban de frente. La anarquía general condujo a duelos, violencias y crímenes, y la pluralización de la Ecclesia Sancta constituyó un fermento de depravación para todos aquellos elementos que todavía estaban unidos: familias, estamentos sociales, territorios y pueblos. Con ello, y a partir de la segunda mitad del siglo XVI, se volvió virulento un problema que resultaba ya imposible de resolver y dominar con los medios del orden tradicional..."
El Estado Absoluto que responde a la guerra civil religiosa constituye una "solución perfecta" en un sentido literal, es decir, disuelve, descompone, desarticula toda estructura normativa, toda forma de comunidad (Gemeinschaft) constituyéndose en la matriz en que se realizará, en los dos siglos siguientes el Individuo. Individualismo del que ya parten, como de una evidencia, los filósofos del absolutismo tanto como los ilustrados posteriores.
Bajo el Estado y a una distancia infinita de su centro una multitud homogénea, producto de la laminación de cualquier estructura autónoma, una laminación de los llamados "cuerpos intermedios", un proceso de holización muy anterior a la revolución y a las ciencias sociales, un avance en la línea del moderno igualitarismo perfecto que, sin duda, conocerá una inflexión durante la revolución, pero no una ruptura y que no ha dejado de constituir la línea roja del progreso político hasta nuestros días.
"La responsabilidad absoluta del soberano exige la dominación igualmente absoluta de todos los sujetos, e incluso la presupone. Sólo cuando todos los súbditos están sometidos por igual al señor, puede éste tomar sobre sí en solitario la responsabilidad de la paz y el orden."
Los príncipes se afirman quebrantando el primado absoluto de la religión. Investidos los atributos de Dios por el monarca y finalmente por el Estado impersonal, nada queda sobre el orden que funda. Por debajo el piélago inestable de las conciencias reducidas a la privacidad y constreñidas a la tolerancia. Furiosa dialéctica que todos conocemos.
Acaso haya sido Barclay, autor de Argenis, novela de éxito asombroso y uno de los libros de cabecera de Richelieu, quien mejor haya determinado la índole del absolutismo político, bajo la forma de un reto lanzado al monarca y que Koselleck no deja pasar:
"Devuelve al pueblo su libertad o cuida de la paz interior, por la cual el pueblo ha sacrificado su libertad"
No nota Barclays que aquella libertad, aniquilada, no puede ya ser devuelta. La alternativa eficaz se establece entre el bellum omnium contra omnes o el Estado Absoluto.
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