Quisiera escribir unas líneas en el estilo de Léon Bloy. Declarar en poco espacio un sufrimiento que me atraviesa y me consume. Humilde pero glorioso, acusar al mundo. No puedo, soy un vencido, serviría de tema pero no puedo ser el autor de la glosa que cifre mi derrota.
La imagen de cabecera recoge el espectáculo que me ofrece la mañana. Encerrado en un mínimo claustro amurallado, casi un zulo que apenas me defiende de la agresión, espero a que las muchedumbres de la oclocracia se hayan dispersado con la luz del día. Mis hijos se despiertan suavemente, les doy su desayuno tratando de sonreir sin mencionar a las criaturas de tiniebla. Las ventanas cerradas todavía para eludir la atmósfera de orín y vómito rancio. En ese contexto mi trabajo cotidiano resulta absurdo por una razón genérica y demoledora: no tiene sentido premeditar una ofensiva cuando tu ejército diezmado, está siendo reducido, aniquilado, destruido. Alzar la voz para exigir el silencio mínimo que requiere el estudio, en medio de la angustiada bacanal de nuestros días: labor trágica. Es maldad y es cobardía.
"Sería necesario estar privado tanto de razón como de olfato para no sentir que el cuerpo social entero es una carroña parecida a la de Baudelaire "de la que brotaban negros batallones de larvas" y cuya "hediondez era tan fuerte que, en la hierba, la amada creyó desvanecerse" Esta abominación, que sólo por el fuego puede ser conjurada, aumenta cada día con espantosa rapidez. Nos acostumbramos, haciéndose la cobardía de los unos cómplice de la maldad de los otros, y quienes más horror debieran sentir se resignan a la mugre en silencio y con los brazos cruzados. Es la bancarrota de las almas, el irreparable déficit de la conciencia cristiana.
Es pues evidente que Dios se verá forzado a renovar todas las cosas, pues realmente no hay medio ya de subsitir por más tiempo de este modo..." (L. Bloy)
Es pues evidente que Dios se verá forzado a renovar todas las cosas, pues realmente no hay medio ya de subsitir por más tiempo de este modo..." (L. Bloy)
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