Dios nos libre de nuestros amigos, he oído decir, que de nuestros enemigos ya nos defenderemos nosotros. En torno a la Iglesia, y al monarquismo papal, han crecido históricamente espinosas barreras que no sólo han puesto en jaque la ortodoxia, sino que han separado peligrosamente a la jerarquía eclesiástica de su grey. Por otra parte, han forzado y acabado legitimando más de un Saco de Roma. El publicista más agresivo - por hallarse a la defensiva - de la Teocracia vaticana, y por lo mismo y de hecho uno de los mayores enemigos de la compleja pero fundamental doctrina gelasiana de la dos espadas (cuyo valor crítico nunca será estimado en exceso), ha sido Egidio Colonna (Gil de Roma). Signo de la quiebra de la Comunidad Universal, Egidio fue discípulo de Santo Tomás de Aquino e íntimo consejero de Bonifacio VIII, cuya bula Unam sanctam respira en la minúscula atmósfera de Egidio. Señala cómo el ritmo biográfico importa en la historia del mundo, cincuenta años bastan a una metamorfosis histórica, y con ello manifiesta que en alguna medida importa nuestra acción individual. Afirma en su De ecclesiastica potestate (1302):
"Así como el universo la substancia corporal está regida por la espiritual - pues los mismos cielos, que son lo más alto entre los seres corporales y tienen poder sobre todos los cuerpos, están regidos por substancias espirituales como inteligencias motoras - así entre los cristianos todos los señores temporales y todo poder terreno debe estar gobernado y regido por la postestad espiritual y eclesiástica, y en especial por el papa, que ocupa la cumbre y el rango más elevado entre los poderes espirituales y en la Iglesia"
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