28/7/09

Más allá de la lucha de clases.

Algunos de nosotros logran habitar en un plano suficiente. Caminan erguidos, templan su voz sin desquiciarla en grito, figuran ademanes lentos y precisos... junto a ellos malvivimos los otros: sudorosos, simiescos, enfermizos... somos los más, plétora grande de la "ciudadanía", que nos titulan hoy nuestros careas gobernantes. De estos, a su vez, una amplia mayoría disfruta de los hiatos de su tedio: uno cada seis días, quince días al año y, aún, en ratos que llaman muertos; como si disfrutaran en otro tiempo de algo que pudiera llamarse vida. Esta plaga numerosa de los abundantes cunde en las ciudades. No me detendré a describir su aspecto - otrora dispar - hoy cada vez más homogéneo. Basta abrir los ojos para conocernos, damos su forma a nuestro tiempo. La diferencia con respecto a la casta grande es creciente, ha alcanzado con la democracia liberal el grado de la diferencia entre dos especies biológicas, vagamente afines. La vieja lucha de clases resulta hoy una pseudobiológica lucha por la existencia. Más allá de lo que se llamó darvinismo social y del conflicto entre clases, es una guerra sin ecos de batalla, un enfrentamiento ultramoderno: higiénico, dialógico, adormecido. No se deja ver, de hecho, en la calma chicha del orden social. Aquí persistirá, yo no lo niego, la lucha económica de clases. Digo, sin embargo, que no conforma el presente actual del antiguo occidente. Su figura nos la da antes esta eterna batalla silenciosa que conoce ya una muchedumbre de caídos. Pugna tenaz entre el nihilismo pleno y las formas defensivas de psicoterapia: psicodrama e integración vital, pensamiento positivo y Nueva Era, técnicas de autoestima y vida sexual satisfecha... caben miles de formas de esta resistencia vencida.
Vencida pero aparantemente orgullosa, la facción de los afirmativos nos mira con desdén. Pero conocemos su fuste carcomido, el eje de su verticalidad tomado por la nada. Por ello podemos reconocer como propios, análogos remotos, a los hombres del gesto pleno, de la mirada entrante, del sentido definido y el horizonte amplio. Los más astutos los contemplan como los señores, los más nobles sólo como usurpadores y falsificadores de moneda... pero la nobleza es ya un obstáculo. De hecho trasciende la distinción aludida y aparecen nobles de vieja forma entre los unos y entre los otros. Podría aconsejarse la castración terapéutica de estos nobles marginales y la disfunción quedaría contenida. Sería la perfecta victoria de la facción hegemónica del nihilismo ultramoderno.
Una atmósfera paradójicamente irrespirable satura el aire. No hay ni siquiera un sitio donde arrodillarse. Durante largos años quedó, como una salida aún honorable, un retiro humilde, una silenciosa retirada a un espacio propio. La posibilidad de una tal emboscadura se ha cerrado para siempre: no quedan restos de esos afanes claros en horizontes bien acotados, no quedan umbrías en el paisaje arrasado, desolados campos, calcinados senderos indiferenciados que cierran todo rincón donde reposar las rodillas, hundiendo la estatura ante la bella imagen del mundo. Y es tan importante doblegarse, hundir la cabeza entre los hombros, respirar lentamente y ofrecer las manos para que sean acogidas por las manos de Otro. Es la figura que compone el hombre que verdaderamente afirma, sin máscaras de risa amplia o tacto joven, que afirma impotente sin la soberbia vana del pensamiento positivo y del psicodrama. Rodillas en tierra, cabeza baja, manos alzadas y en torno una gloriosa nada: silencio, apenas aire y el vago murmullo de la creación. Sólo entonces, sin origen ni procedencia, unen tus manos, una con otra, las manos de Alguien.

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