La familia se deshace y rehace en cada generación y su inextricable ambivalencia está inscrita en esta infecta naturaleza. La familia es tan imperfecta como todo lo humano o, dicho de otro modo, es infinita en el limitado sentido negativo del término. Ya tiene como semilla un vínculo (im)posible, a saber, el amor humano de dos personas incompatibles. "Ni contigo, ni sin tí, tienen mis males remedio...".
El alegre Defensor de la fe pudo escribir: "Si los americanos pueden divorciarse por "incompatibilidad de caracteres" no puedo concebir por qué no se divorcian todos. He conocido muchos matrimonios felices, pero nunca a uno compatible. El fin del matrimonio es luchar y sobrevivir al instante en que la incompatibilidad se vuelve incuestionable. Pues un hombre y una mujer, como tales, son incompatibles"
La familia nos pone y la familia nos quita... desde el momento mismo en que nos pone. De ahí que suframos en su seno y lejos de ella, porque cuando hemos roto los lazos es cuando más nos aprietan. Como sucede con lo que se ama, sólo el amante tiene en plenitud el derecho de odiarla: ¡qué asco de familia!.
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