Nuestro presente parece haber encontrado en la exhortación de Stephane Hessel el detonador de su materia explosiva. El fenómeno posee una complejidad extrema porque envuelve una determinación de nuestro presente, lo que se hace crecientemente difícil, precisamente en las condiciones históricas de nuestro tiempo. Las condiciones del día de hoy tienden a hacer imposible el ejercicio de una filosofía cuya necesidad es ya perentoria, pero cuya urgencia aumenta a medida que deviene crecientemente imposible.
Es muy llamativa la soberbia inepta de quienes tienen ya un diagnóstico y un pronóstico sobre este fenómeno. Unos hablan de movimiento espontáneo bien porque esconden, bien porque no reparan en el carácter metafísico de la expresión. La idea de espontaneidad, tan querida y utilizada, por ejemplo, por I. Kant es traslación de la vieja causa sui. Espontaneidad se opone, en el texto kantiano, a la pasividad, como atributo del entendimiento frente a la sensibilidad.Cierto que no hay que oponer entendimiento y sensibilidad sino, a lo sumo, distinguirlos como dimensiones de la subjetividad. Pero se conoce a los promotores del movimiento y ellos tratan de explicar los motivos de su acción: no hay, pues, espontaneidad. Con semejante apelativo metafísico se quiere aludir, entiendo, a la ausencia de banderas y de símbolos, muy en especial - se dice - a la ausencia de toda adscripción, por parte del citado movimiento, a los partidos políticos que justamente concurren el próximo domingo a las elecciones (municipales y autonómicas).
Ahora bien, esta pretendida ausencia de determinación política del movimiento (una pretensión compartida con otros movimientos) parece conducirnos a un terreno infra o metapolítico, un terreno antropológico, ético o metafísico. En efecto, parece apelar a la idea metafísica del género humano tan querida de la paradójica "tradición revolucionaria", aunque es cierto que esa humanidad más que abstracta podría parecer confusa, desde el momento en que se señala con el rótulo de la spanish revolution. Una revolución española, que no mera o puramente humana, pero que se presenta en inglés.
Pero también podría entenderse que esa ausencia de adscripción conduce al terreno estrictamente económico, porque se entiende que la materia explosiva resultaría de la actual crisis económica. Por esta razón no entienden otros que el movimiento se haya detenido precisamente en la Puerta del Sol y no ante el Palacio de la Moncloa, a cuyo habitante juzgan éstos - los políticos de la Puerta del Sol - el verdadero responsable de la crisis económica que sufrimos. Tanto más cuanto que ellos - el Partido Popular y, especialmente Dª Esperanza Aguirre - habrían logrado menores tasas de paro y mayor índice de crecimiento económico en la Comunidad de Madrid, en la que gobiernan o a la que gestionan. Ahora serían estos Sres. - que no se invisten precisamente de la indumentaria característica de los que llaman perroflauta - los que se sitúan más allá de la política y pretenden acreditar su gestión en sus menos malos resultados económicos. Por lo demás, ésta es la posición característica del líder poco carismático del PP, D. Mariano Rajoy, que no pierde ocasión de señalar que la economía es la verdadera preocupación de la ciudadanía. Los representantes del Partido Popular no se sitúan, sin embargo, más allá de la política aunque la reducen a gestión económica, cuando afirman que es la economía la verdadera preocupación política o civil. Sería prolijo demostrar, aunque fuera pertinente, que Estado y Mercado - esas dos categorías en torno a las que parecen pujar los representantes de izquierda y derecha - constituyen un par de conceptos conjugados que no toleran en modo alguno su separación y que, por lo mismo, son coetáneos en su génesis; como lo son - evidentemente - los conceptos de "izquierda y derecha" económico-política. Sólo trascendiendo la matriz genética de estas oposiciones daríamos con las condiciones que, acaso, permitirían salvar la situación estrictamente aporética en que nos hallamos. Ahora bien - midan la dificultad del intento - sería tanto como determinar la matriz de la modernidad, único modo de desbordar las condiciones de nuestro presente. Pero: ¿Repara en la dificultad de este ensayo quien esgrime la consigna fundamental del citado movimiento?. Por una parte, en su fórmula figuran tres ideas nucleares para una ontología de la historia: Democracia, Presente y Realidad. Por otra parte, su discurso delata, más pronto que tarde, un neto rendimiento crítico o negativo - reactivo - pero que acude, en el momento de intentar construir positivamente, a ideas heredadas del pensamiento moderno que nos ha traído al mismo presente aporético que intentan impugnar.
Más fácil de entender es la entrega de los que ocupan "altos cargos" en nuestra sociedad democrática a una defensa cerrada del procedimiento formal en virtud del cual ocupan dichos cargos. No en vano es un cuerpo constituido, en buena parte, por juristas. Así, disponen la política en un espacio jurídico (olvidando que la política es la guerra, continuada por medios diferentes) y se niegan a entender que se está impugnando, con la política, el pretendido espacio jurídico en que la disponen.
Semejante negativa les lleva a acusar al movimiento, detenido a sus pies, de falta de espontaneidad, es decir, de responder a motores políticos. ¿Por qué no sería legítimo que este movimiento actuara movido por intereses políticos?, ¡Como si la legalidad a la que apelan estuviera limpia de toda miasma política real!. Acaso habría que acusar a sus propios afiliados, por lo demás muy numerosos, de ser escasamente militantes y, especialmente, a su correspondiente sección de juventudes. Frente a la espontaneidad de los unos podría señalarse la pasividad de los otros. El esfuerzo por mantener las formas, jurídicas, tiene sentido - desde luego - para el que se ve favorecido por las mismas. Y aquí no se sitúan únicamente las juventudes populares, sino también las rancias juventudes socialistas o comunistas que, ligadas a sus respectivos partidos políticos erigidos en instituciones determinantes del Estado, reciben del Estado oportunos beneficios.
Pero esta forma política no puede ser substituida por un mero movimiento, por masivo que pueda llegar a ser. Más allá de detenerse en uno u otro campo, habrá de indicar primero un sentido y con él los medios de los que habrá de dotarse. Pero ni el movimiento, ni ninguno de sus sectores ha ofrecido algo semejante y los antecedentes revolucionarios ofrecen hoy escasa base para el optimismo. Estamos hoy, como hace más de un siglo, encallados en la misma fase crítica, en la radical hipercrítica, que nos ha conducido al hastío más que a la indignación, y de la que sólo podríamos salir trascendiendo una modernidad que no tiene otro fundamento que el radicalmente negativo de la crítica. Esta autodenominada indignación, tiene más bien el aspecto de un muy civilizado hastío o una profunda insatisfacción, adecuada al grupo social que nutre el movimiento: los jóvenes estudiantes universitarios. Recuerdo el aforismo del maestro Gómez Dávila: "No soy un intelectual moderno insatisfecho, soy un campesino medieval indignado".
Semejante negativa les lleva a acusar al movimiento, detenido a sus pies, de falta de espontaneidad, es decir, de responder a motores políticos. ¿Por qué no sería legítimo que este movimiento actuara movido por intereses políticos?, ¡Como si la legalidad a la que apelan estuviera limpia de toda miasma política real!. Acaso habría que acusar a sus propios afiliados, por lo demás muy numerosos, de ser escasamente militantes y, especialmente, a su correspondiente sección de juventudes. Frente a la espontaneidad de los unos podría señalarse la pasividad de los otros. El esfuerzo por mantener las formas, jurídicas, tiene sentido - desde luego - para el que se ve favorecido por las mismas. Y aquí no se sitúan únicamente las juventudes populares, sino también las rancias juventudes socialistas o comunistas que, ligadas a sus respectivos partidos políticos erigidos en instituciones determinantes del Estado, reciben del Estado oportunos beneficios.
Pero esta forma política no puede ser substituida por un mero movimiento, por masivo que pueda llegar a ser. Más allá de detenerse en uno u otro campo, habrá de indicar primero un sentido y con él los medios de los que habrá de dotarse. Pero ni el movimiento, ni ninguno de sus sectores ha ofrecido algo semejante y los antecedentes revolucionarios ofrecen hoy escasa base para el optimismo. Estamos hoy, como hace más de un siglo, encallados en la misma fase crítica, en la radical hipercrítica, que nos ha conducido al hastío más que a la indignación, y de la que sólo podríamos salir trascendiendo una modernidad que no tiene otro fundamento que el radicalmente negativo de la crítica. Esta autodenominada indignación, tiene más bien el aspecto de un muy civilizado hastío o una profunda insatisfacción, adecuada al grupo social que nutre el movimiento: los jóvenes estudiantes universitarios. Recuerdo el aforismo del maestro Gómez Dávila: "No soy un intelectual moderno insatisfecho, soy un campesino medieval indignado".
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