"...me estará permitido decir que ya entonces me hallaba cansado del caleidoscopio histórico-político y que no aguardaba ninguna mejora de su pura inversión. Dentro del ser humano es donde es menester que se desarrolle un nuevo fruto, no en los sistemas.
(...) Había previsto bien que descenderíamos a estratos donde ya no subsiste ningún mérito y donde sólo el dolor conserva peso y valor. Pero el dolor nos eleva a otras regiones, a la patria verdadera. Allí no nos perjudicará el haber resistido aquí en una situación sin salida y en una posición perdida" (E. Jünger 1948)
Si tenía razón y el contenido ideológico de la protesta era el netamente crítico y consabido (moderno) su disolución no puede posponerse a la del fenómeno que le sirvió de ocasión reactiva: la jornada electoral. Ahora bien, esto no tanto porque su motor se encuentre en los partidos de izquierda que han sido derrotados, sino porque su derrota estaba ya inscrita en la impotencia de su filosofía. Lo que puede llegar a concebirse como substancial negatividad de la filosofía: "La metamorfosis de la crítica en afirmación afectan también al contenido teórico: su verdad se volatiliza". En cualquier caso, añadiré que yo no veo por ninguna parte la potencia filosófica que permita, como escribí días atrás, superar la vía sin salida en que consiste la modernidad europea, que ha ensombrecido el mundo con sus "Luces". No la veo entre los que ofrecen una obra al parecer capaz de dar razón de nuestro tiempo, ni - por supuesto - entre los que se declaran derrotados. Naturalmente yo mismo tampoco la tengo, pero contemplo la posibilidad de hacer inteligible nuestra impotencia. No podemos infundir fe, pero podemos entender su necesidad y su actual imposibilidad, mayor imposibilidad cuanto más urgente necesidad. Pero no es practicable una vía racional de acceso a la fe, quiero decir que esa inteligibilidad del bloqueo último de nuestra voluntad no despertará entusiasmo alguno, no nos infundirá ninguna fe...
A no ser que esa comprensión alcance el punto extremo en que, en una suerte de metabolé, se produzca ese súbito oscurecimiento místico y silencioso que, más allá de la razón, conduzca a un verdadero renacimiento. En modo alguno pretendo desdeñar esta vía, pero para que semejante iluminación cegadora tuviera algún efecto sobre nuestras sociedades históricas, habría de suponer un acontecimiento metafísico, el nacimiento de una nueva reliogiosidad de proyección universal capaz de afirmar la substancia metapolítica de un nuevo orden antropológico. No se confunda esto con lo que reclama el "altermundismo" naïf. Señalo, tras el ocaso de los ídolos y la muerte de Dios, a una efectiva parousia cuando incluso el resistente (katejón) ha sido removido.
No puedo alegrarme de que el conato de firmeza - si lo hubo en el movimiento denominado 15-M - sucumba. Creo que tras ese afán no dejaba de manifestarse un anhelo de absoluto. Es muy posible que el ingenuo ahora sea yo, pero esa simpleza es también una bienaventuranza.
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