18/10/09

Elementos de Política Intempestiva VII

La profunda afinidad semántica, es decir, real, entre la taberna y la caverna - símbolo místico fundamental - debería indicarnos el tipo de desorden que supone el actual modo de convivencia. El tabernáculo, sacra sacrorum, y el habitáculo de la convivencia o de la comunicación se vinculan profundamente. El estilo en que realizamos nuestras libaciones, en un convivium que no merece el término... en español, en efecto, se ha perdido casi totalmente el uso del verbo convidar. Es un signo más, pero un signo esencial que debería forzar el más turbio diagnóstico sobre nuestro presente y el más negro pronóstico sobre nuestro futuro. Insisto en que esto no supone ni pesimismo, ni renuncia a la lucha.
Puedo contemplar cada fin de semana, que en realidad dura ya cuatro días, el fenómeno modernísimo y muy notablemente español del botellón. No se trata sólo de la bebida distribuida, no compartida, sino de las actitudes huidizas y provocativas, agresivas y manifiestamente viciosas de los asistentes. Decía en otra ocasión: "por abajo las maneras del proxeneta, los modos del macho del corral con su lunfardo impotente y degradado". Creo que es preciso.
Es un peligro inminente y de gravedad incomparable. Tras leer la horrorosa novela de McCarthy la alarma se hace más acuciante. Pero son numerosísimos los avisos tenebrosos, y no son de hoy. Al margen del error estratégico, no puede dejar de valorarse muy positivamente el acierto de fondo de Spengler (1880-1936)  quien escribe en las primeras páginas de "El hombre y la técnica" (1931):

"De otra parte estaba el materialismo de origen esencialmente inglés, la gran moda de los semicultos en la segunda mitad del siglo pasado, de los folletones liberales y de las asambleas populares radicales, de los marxistas y de los escritores etico-sociales, que se tenían por pensadores y poetas.
Si a los  primeros les faltaba el sentido de la realidad, a éstos, en cambio, les faltaba en grado superlativo el sentido de la profundidad. Su ideal era exclusivamente lo útil. Todo lo que fuese útil para la "humanidad" pertenecía a la cultura. Lo demás era lujo, superstición y barbarie.
Útil, empero, era lo que sirve a la "felicidad del mayor número". Y esta felicidad consistía en no hacer nada. Tal es, en último término, la doctrina de Bentham, Mill y Spencer. El fin de la humanidad consistía en aliviar al individuo de la mayor cantidad posible de trabajo, cargando a la máquina. Libertad de "la miseria, de la esclavitud asalariada", e igualdad en diversiones, bienandanza y "deleite artístico". Anúnciase el panem et circenses de las urbes mundiales en las épocas de decadencia. Los filisteos de la cultura se entusiasmaban a cada botón que ponía en marcha un dispositivo y que, al parecer, ahorraba trabajo humano. En lugar de la auténtica religión de épocas pasadas, aparece el superficial entusiasmo "por las conquistas de la humanidad", considerando como tales exclusivamente los progresos de la técnica, destinados a ahorrar trabajo y a divertir a los hombres. Pero del alma, ni una palabra.
Éste no es el gusto de los grandes descubridores mismos, con pocas excepciones; ni tampoco el de los que conocen bien los problemas técnicos; sino el de los espectadores, que no pueden inventar nada y, en todo caso, no comprendían nada de eso, pero rastreaban algo que podía redundar en su beneficio. Y con la falta de imaginación que caracteriza al materialismo de todas las civilizaciones, bosquéjase una imagen del futuro, la bienaventuranza eterna sobre la tierra, un fin último y un estado duradero, bajo el supuesto de las tendencias técnicas del año 80, aproximadamente, y en peligrosa contradicción con el concepto de progreso, que excluye todo "estar": libros como "La antigua y la nueva fe" de Strauss; "Retrospección desde el año 2000" de Bellamy, y "La mujer y el socialismo", de Bebel. No más guerras; no más diferencias de razas, pueblos, Estados, religiones; no más criminales y aventureros; no más conflictos por la superioridad de unos y el diferente modo de ser de otros; no más odios, no más venganzas. Un infinito bienestar por todos los siglos de los siglos. Semejantes trivialidades nos producen hoy, al presenciar las fases finales de ese optimismo vulgar, la idea nauseabunda de un profundo tedio vital, ese taedium vitae de la Roma imperial, que se expande al sólo leer tales idilios sobre el alma y que, en realidad, si se realizase, aunque fuese sólo en parte, conduciría al asesinato y al suicidio en masa"

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