Estoy leyendo con enorme dificultad la novela La Carretera, de Cormac McCarthy. Dificultades para soportar el texto: doloroso y desesperanzado. No queda un mínimo rastro de esperanza, pese a que se alude al vínculo del padre y su hijo como último eco del mundo. Arrasado, inhabitable, desolador, no puedo dejar de recordar una de esas frases abismales y sucias, que he oído atribuir a J. P. Sartre: "El infierno son los otros". En el desierto sin matices que presenta McCarthy los otros no pueden adjetivarse. Carecen de nombre en cualquier idioma humano. El espacio asfixiante que se dibuja es milimétricamente la contrafigura del mundo: no hay enemigos, sino figuras antropomórficas del mal sustantivo. Los restos arruinados de las viviendas, antes hogares, figuran como espantosos baluartes del inmundo. Nada de esto resultaría aterrador de no contar con los protagonistas - un padre y su hijo, apenas un niño - en cuya simple existencia radica el elemento de ficción del texto. La anti-atmósfera del libro no toleraría la subsistencia del más mínimo resto de un vínculo afectivo semejante al que sostienen los personajes. El resto sólo enfatiza componentes realísimos y eficaces de nuestro presente: la ficción es aquí la esperanza.
Sólo los ciegos se negarán a ver la patente realidad del mal entre nosotros, no es pesimismo pero tampoco un optimismo vacío que es hoy ya una auténtica locura o efecto de la más neta estupidez.
Con un sacrificio que apenas puedo medir trataré de llegar al final del libro. Las solapas recogen la voz de un crítico que afirma la presencia en el texto de un fundamento para la esperanza, con lo ya visto me basta para estimar el error del crítico. De otro modo habría que concluir que McCarthy acaba haciendo increíble su narración, lo que no es buen signo en una novela de ficción. Diré, entre paréntesis, que tras avanzar unas páginas retorno al Kempis (todavía no toco el Evangelio) que apenas puede purgar la infección. Espero, sin embargo, que el tiempo me deshaga de la angustia pero nada puede liberarnos del terror que produce, a día de hoy, la simple realidad. Pero hoy es posible todavía prepararse para la batalla: cotidiana, ancestral, y dolorosa.
1 comentario:
Sigue hasta el final.
Que cueste tanto leer, que sea tan difícil continuar adelante, es otro de los logros del autor: el libro se transforma así en metáfora viva.
Sigue hasta el final.
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