Notas desde el ocaso. Con matiz de declinación y acabamiento. No señala la expresión al extremo occidente, el ocaso refiere a la tierra del final, cuya raya ha pasado la vieja España. Al ocaso seguirá un ascenso, el nacimiento del tiempo nuevo. Esto parece que siempre es así, al hundimiento sigue el advenimiento, a la muerte el nacimiento, al ocaso el orto. Pero la expresión "tiempo nuevo" ya no esconde su terrible gesto, es hoy una amenaza y ya no una promesa. También es cierto que, ante el eclipse de la tradición y de la fuerza vital del viejo orden del mundo, ante la anarquía moral de nuestro tiempo de tránsito (de transición y de treinta y tantos años de transición) parece que cualquier transformación sería, de algún modo, conformación y no desastre, no sólo demolición y ruina. Temo, sin embargo, que el cuerpo muerto de la vieja comunidad universal no encierre ya más que una absoluta desolación, sin eco ni trascendencia, sin renovación y sin potencia.
Abundar y proseguir en la inquisición de la vieja naturaleza, analizar el cuerpo de la comunidad universal, asociada al nombre de una España que se quiso mucho más que nación política y sociedad democrática, mantener la escucha atenta a las voces maestras, esta labor puede no tener ya otro valor que el testimonio. Es poco o es casi nada. Es, sin embargo, todo lo que podemos hacer a día de hoy. El vigente orden social y liberal, al que se sumarán los restos materiales de la vieja forma metapolítica, tampoco tiene ante sí horizonte alguno. Acaso en el umbral de la nada el testimonio sirva para dar razón y señalar un sentido, siempre que el lejano rumor de estas voces no se haya apagado completamente. Servirán estas notas desde el ocaso, a una labor humilde de guardianes del eco, centinelas. Es la vocación del cabo de fila que reclama un último esfuerzo ante la inexorable y última acometida. Entre los maestros, Ortega, católico a carta cabal pese a sus soflamas laicistas y anticlericales anteriores a 1932. El primer registro para el último maestro, por voz interpuesta, la de Julián Marías: despreciado por la inteligencia triunfante. Sobre "la peligrosidad de Ortega":
"La inmensa mayoría de los discípulos de Ortega, los más representativos, más dedicados a la función intelectual, son enérgica y claramente católicos. No siempre podría decirse lo mismo de otros maestros, incluso de instituciones religiosas, sea cualquiera su buena voluntad; porque la peligrosidad puede venir también de otras potencias del alma.
Y para terminar con algo más profundo y más bello, quiero recordar que recientemente, hace sólo tres años, los mil trescientos oyentes del "cine" Barceló de Madrid han oído a Ortega decir que la definición más profunda, científica y verdadera que hasta ahora se ha dado del mundo es la que reza en la Salve: un valle de lágrimas" (Marías, J. Obras III. Revista de Occidente. 1964)
No hay comentarios:
Publicar un comentario