Los grandes temas antropológicos, auténticas constantes de la literatura, pierden su carácter tópico cuando resultan vividos: el amor no correspondido, la amistad traicionada, la guerra fratricida... pero, sobre todos, la brevedad de la vida. Vemos siempre la realidad dolorosa que encierran, pero sólo cuando el lector los pronuncia en primera persona le revelan íntegramente su dimensión trágica.
Ahora bien, es la brevedad de la vida el fondo que alimenta, con su aliento trágico, todas las grandes cuestiones antropológicas. Arrastra la cuestión por el sentido de la vida humana, escondida en todo tema fundamental de la literatura antropológica, y apunta a la trascendencia. Siempre está presente la conciencia de fugacidad de nuestra existencia, pero nunca se erige frente a nosotros, o se objetiva, como cuando un viento potente inquieta nuestro débil arraigo en el mundo. Esta cuestión sólo se encarna ante la propia muerte, no debemos confundirla con el dolor ante la pérdida de los seres queridos. Se trata aquí de la propia muerte y de la propia vida, aún cuando ésta se encuentre inextricablemente entrañada en la vida del prójimo.
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