11/5/11

Ayala, 17 de octubre de 2005

En algún momento de su biografía alguien acusó a Francisco Ayala de haber perdido no ya la creencia religiosa, sino toda creencia. Ayala se enfrentó entonces a semejante afirmación. Ahora bien, el final de sus días vino precedido por un pavoroso estado de desolación. Esto no habría de resultar asombroso en un hombre que había alcanzado edad tan avanzada, viendo caer tras de sí los últimos vestigios del mundo que conoció su infancia. Sin embargo, insiste a lo largo de la narración en su actitud desprendida o de perfecto desasimiento del pasado y una constante apertura al porvenir. 
Sucede que sus últimos años conocieron un punto de inflexión con fundamento objetivo, ajeno al particular declive de su naturaleza. Lo mienta con exactitud: el atentado terrorista que el 11 de septiembre de 2001 desplomó las Torres Gemelas en la ciudad de Nueva York. Si la causa de su nihilismo se hallara en el hundimiento mismo de su propia existencia, su triste perspectiva encontraría, finalmente, una comprensible razón de ser. Pero, junto a este natural ocaso, aparece un gran cambio "experimentado por la realidad objetiva del mundo" y que nos arroja a una situación extrema:
"Significa ello, para decirlo en términos coloquiales, que la humanidad ha alcanzado un punto en que no sabe uno qué pensar acerca de nada. Y me pregunto qué sentido puede tener, siendo así, el trasladar al papel, como lo hago en el momento presente, un tal estado de ánimo, puesto que en verdad ni espero confortación, ni mucho menos invoco esclarecimientos intelectuales que sería demasiado temerario esperar (...).
Nunca antes de ahora había vacilado en creer que aquello pudiera tener sentido. Esta última fase de mi existencia, en combinación con el panaroma que hoy presenta el mundo, viene a introducir, sin embargo, con la inminencia de la ya impostergable perspectiva de la muerte, un cambio profundo y radical en mi actitud frente a la realidad" (Franciso Ayala)

5 comentarios:

Daniel dijo...

Al menos llegó a semejante conclusión llegando al final. Hay quien ha llegado a parecida posición y, cuidándose claro, aún le quedan un par de décadas....,

Daniel dijo...

Afortunadamente no se pierden necesariamente todas las virtudes al mismo tiempo, y perdida la fe queda la esperanza.

Escoliasta dijo...

No puede ser. El juego entre las virtudes teologales las conjuga en una inextricable integridad. Un forma sistemática de totalidad que no tolera su separación. Además este juego o articulación no las coloca en un plano de equivalencia. Lo digo para recordar que la más importante es la caridad. Y esto, evidentemente, no debiera contemplarse en el terreno de la mera o pura "lógica", porque no se mueven en un plano "lógico" formal, sino en el terreno de la realidad antropológica. Hay que mirar la propia vida y entonces, pese a los desfallecimientos e, incluso, sobre el estado constante de postración veremos que "no puede ser".
Nada significa esto en abstracto, sino que indica la urgencia cotidiana - a cada día su afán - de seguir del mejor modo, exigiéndose la mejor actitud ("sed perfectos") y pese a prever o conocer nuestro ineludible fracaso. En este terreno yo, por lo menos yo, no soy maestro de nadie porque son muchas las ocasiones en que mi "decisión" ya no decide y casi adopto la posición de aquel soldado francés, en retirada por la estepa helada, que, llegado al límite de su fuerza, simplemente se tumba en el hielo y se deja llevar.

Daniel dijo...

Lo siento. Creo ver en tu argumento la prueba de mi opinión.
La inextricable integridad de las virtudes se rompe en algunas personas (quizás no en abstracto). Por eso escribes el "no puede ser" dos veces. Esa doble negación (esperanza y fe) nos deja como ese soldado. Y entonces aparece la caridad. Lo malo es que el caritativo está a punto también de morir congelado.

Escoliasta dijo...

Por una parte que no se configuren en el mismo plano induce a pensar que puedan ofrecer ritmos de acción y de extinción distintos. Pero su conjugación no permite la afirmación de una virtud con absoluta ausencia de las otras. Perdida la fe, es imposible que a nadie le queden diez años. Diría, incluso, que ya está muerto y ni fe, ni esperanza, ni - por supuesto - caridad. La cuestión, que es muy distinta, es la de cuánto puede soportar el cuerpo al margen de cualquier cuidado o, lo que es su revés siniestro, bien cuidado en en términos biológicos. Esto se halla hoy a menudo entre nosotros: ejemplares saludables que no tienen salvación. Prefiero los que se dan por muertos, cuando ya no encuentran el sentido del que habla Ayala. Todo muerto que se precie ha de oler mal, no hay que cubrir de perfume el agujero de la cara.

DE LA NADA, QUE AVANZA

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