26/1/11

La educación como profesión (2)

La situación límite en que la educación se encuentra hoy, otro efecto de la vía muerta a la que nos conducen posiciones asumidas lenta pero inexorablemente desde hace dos siglos, tiene efectos muy dolorosos sobre la conciencia de los que todavía conciben su labor en términos de la vieja y vencida idea del magisterio. He señalado al asfixiante proceso de reducción económico-técnica - "funcional" o "profesional" - de los contenidos de la educación. La consiguiente degradación selectiva del corpus heredado afecta de modo trágico a quienes conservan, como representantes de un momento anterior del proceso de "profesionalización", dicha resistente concepción del magisterio. La arruinada idea de la libertad académica según la cual toda posición o doctrina - contando con las reglas de la argumentación y el dominio de la información - pudiera ser, no ya defendida, sino presentada o expuesta, es una idea que empieza a resultar peligrosa para el que aún hoy, vanamente, la encarne.
A esta libertad intempestiva, no se opone ya únicamente el poder del Estado, sino la conciencia de un auditorio convencido de su libertad. Los padres y tutores vigilan para que la joven generación reciba la opinión correcta y, aunque puntualmente se oponga a la propagación ideológica más expresa, no tolerará en ningún caso la lectura directa de obras siniestramente subversivas. Con ello la práctica totalidad de la tradición queda oscurecida ante el luminoso avance del presente que suscriben defensores del menor, asistentes sociales, consejeros de educación, directores de institutos pedagógicos y una numerosa multitud de diminutos librepensadores todos ellos alzados sobre la plataforma de difusión de los medios de formación de masas, con la televisión en vanguardia.
Sólo el silencio pasivo y humilde garantiza hoy la propia conservación. Hay que aprender y aprenderemos a agradecer la amonestación y la posterior corrección que se nos exige. 

"Para que el pacto social no sea una vana fórmula, encierra tácitamente este compromiso, que sólo por sí puede dar fuerza a los demás, que quienquiera que se niegue a obedecer la voluntad general será obligado a ello por todo el cuerpo. Esto no significa otra cosa sino que se le obligará a ser libre, pues es tal la condición que, dándose cada ciudadano a la Patria, le asegura de toda dependencia personal; condición que constituye el artificio y el juego de la máquina política y que es la única que hace legítimos los compromisos civiles, que sin esto serían absurdos, tiránicos y estarían sujetos a los más grandes abusos" (Rousseau. El contrato social. VIII Del soberano)

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