Tiempo atrás señalaba agradecido a D. Francisco Ayala, ante la lectura de su Tratado de Sociología. Parodiando aquello de Nietzsche, en torno a la fealdad de Sócrates, me atravería a señalar lo que es de todos sabido, y puede verse todavía: qué viejo es. Mas la longevidad, en sí un aval, es entre católicos casi una demostración... y no es feo. ¿Es católico acaso D. Francisco?. Quizás lo sea al modo profundo en que católico es, contra su propia determinación por el "agnosticismo", el maestro Ortega y Gasset. Decir esto y no sostenerlo formalmente puede parecer una provocación. Es una convicción y está lejos de mi ánimo toda actitud provocadora. En otro momento podríamos hablar de la antropología orteguiana en defensa de esa afirmación y Ortega es parte formal de la filosofía, o de la sociología, de Ayala y de tantos otros. Me limito a poner sus palabras en continuidad con las mías, con la esperanza de que queden éstas sancionadas.
"...en Aristóteles - es sabido - la política forma parte de la ética; en Santo Tomás está incluida dentro de un imponente aparato teológico. Y sólo ahora, en Maquiavelo, aparece por primera vez dotada de valor sustantivo, desligada de la religión y de la moral, y afirmada en un régimen autónomo.
Esta autonomía del orden político en el conjunto de la cultura estaba destinada a tener consecuencias incalculables. A primera vista puede advertirse en ella un síntoma de la ruptura del complejo espiritual, cada uno de cuyos sectores, separado del resto, tiende a constituirse en una esfera independiente y cerrada. (...). Pero no se trata sólo de que la política reclamara su autonomía y pidiera ser sometida en la teoría tanto como en la práctica, a su propia ley; la autonomía de la política respecto de la religión y la moral es en verdad expresión, no ya de la ruptura de la unidad espiritual de Occidente, sino más bien de la primacía del orden político y, con eso, de una inversión en la jerarquía de los valores en su seno. Pues sustantivada la política, que, en su pura esencia y una vez vaciada de cualquier contenido ético, consiste en la técnica que organiza las relaciones sociales en un aparato de dominación, pasan a prevalecer en su teoría los criterios del éxito por el que toda técnica se justifica. Y siendo ese aparato técnico-organizativo, como lo es, base y asiento y armazón de todo el edificio de la cultura, los criterios que en él se consideran válidos se entienden válidos para toda ella. La organización de las relaciones de poder que dan contenido a la política obliga siempre, en cualquier circunstancia cultural, a lo que suele llamarse "las impurezas de la práctica", y por eso en todo tiempo la realidad histórica aparece cargada de violencia, expolios, torturas y asesinatos, séquito horrible de la dominación del hombre por el hombre. Pero, normalmente, frente a esa realidad tan atroz como inevitable se alzan los principios, oponiendo con inexorable rigor lo que debe ser a lo que, en efecto, es; principios que derivan de los valores inmutables del espíritu y cuya validez no puede ser borrada por el hecho de su incumplimiento práctico. Su reconocimiento salva la humanidad del hombre, aunque las necesidades de la vida le fuercen a proceder inhumanamente y contra todo principio. Mas un vez que se eleva a principio de conducta la razón de Estado... y se declara el interés de la dominación como norma del gobierno, se ha perdido el equilibrio entre el despliegue cultural y el despliegue político, y la esfera de validez incondicionada según las exigencias del espíritu ha quedado suplantada por una falsa validez, que no es sino el criterio de la técnica, a saber: la funcionalidad, el éxito de la manipulación, la medida por el resultado. "
Esta autonomía del orden político en el conjunto de la cultura estaba destinada a tener consecuencias incalculables. A primera vista puede advertirse en ella un síntoma de la ruptura del complejo espiritual, cada uno de cuyos sectores, separado del resto, tiende a constituirse en una esfera independiente y cerrada. (...). Pero no se trata sólo de que la política reclamara su autonomía y pidiera ser sometida en la teoría tanto como en la práctica, a su propia ley; la autonomía de la política respecto de la religión y la moral es en verdad expresión, no ya de la ruptura de la unidad espiritual de Occidente, sino más bien de la primacía del orden político y, con eso, de una inversión en la jerarquía de los valores en su seno. Pues sustantivada la política, que, en su pura esencia y una vez vaciada de cualquier contenido ético, consiste en la técnica que organiza las relaciones sociales en un aparato de dominación, pasan a prevalecer en su teoría los criterios del éxito por el que toda técnica se justifica. Y siendo ese aparato técnico-organizativo, como lo es, base y asiento y armazón de todo el edificio de la cultura, los criterios que en él se consideran válidos se entienden válidos para toda ella. La organización de las relaciones de poder que dan contenido a la política obliga siempre, en cualquier circunstancia cultural, a lo que suele llamarse "las impurezas de la práctica", y por eso en todo tiempo la realidad histórica aparece cargada de violencia, expolios, torturas y asesinatos, séquito horrible de la dominación del hombre por el hombre. Pero, normalmente, frente a esa realidad tan atroz como inevitable se alzan los principios, oponiendo con inexorable rigor lo que debe ser a lo que, en efecto, es; principios que derivan de los valores inmutables del espíritu y cuya validez no puede ser borrada por el hecho de su incumplimiento práctico. Su reconocimiento salva la humanidad del hombre, aunque las necesidades de la vida le fuercen a proceder inhumanamente y contra todo principio. Mas un vez que se eleva a principio de conducta la razón de Estado... y se declara el interés de la dominación como norma del gobierno, se ha perdido el equilibrio entre el despliegue cultural y el despliegue político, y la esfera de validez incondicionada según las exigencias del espíritu ha quedado suplantada por una falsa validez, que no es sino el criterio de la técnica, a saber: la funcionalidad, el éxito de la manipulación, la medida por el resultado. "
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