Algunos carecemos de sensibilidad artística. No se piense que esto constituye privación alguna, sino al contrario, porque hemos aprendido que todo fenómeno encierra una maravilla, que todo instante es poético y por eso es vana la distinción entre la vida del poeta y la vida del común, entre la sensibilidad artística y la sensibilidad humana. Otra cosa es el arte, cuya habilidad requiere de un laborioso ejercicio (y lo cierto es que tampoco es fácil estar continuamente al tanto del fragor milagroso de lo cotidiano.) No es que haya ideas trascendentes del pelo, el barro y la basura, es que estas son asombrosas realidades. Aún diré más: si pavoroso y pleno es el mundo, lo es más el frágil junco capaz de contemplarlo. Pretender hacer de su obra llamada artística, de la obra de arte, un objeto de compromiso es de una ingenuidad soberbia. Dicho de otro modo: pensar que el arte ha de ser comprometido es una ingenuidad "porque nadie sabe del todo lo que ejecuta". No me resisto a la cita. Escribió Borges en 1975: "Empiezo por divisar una forma, una suerte de isla remota, que será después un relato o una poesía. Veo el fin y veo el principio, no lo que se halla entre los dos. Esto gradualmente me es revelado, cuando los astros o el azar son propicios. Más de una vez tengo que desandar el camino por la zona de sombra. Trato de intervenir lo menos posible en la evolución de la obra. No quiero que la tuerzan mis opiniones, que son lo más baladí que tenemos. El concepto de arte comprometido es una ingenuidad, porque nadie sabe del todo lo que ejecuta". Las artes parecen haber resultado al desprenderse el arte del pintor, el músico o el poeta... de las actividades comunes, sustantivándose sus obras al afirmarse por sí mismas en cuanto productos de un Arte que empezaría a escribirse con mayúsculas: el arte por el arte. Las artes tradicionales estaban de suyo comprometidas, el Arte moderno buscará, a veces, un dislocado compromiso. Pero entonces y ahora nadie sabe, del todo, lo que ejecuta. Ignorante en materia artística, disfruto la música de Henry Purcell y dejo de gustar de lo que suena a partir del siglo XVIII, difícilmente disfruto de un arte que parece hecho para ser entendido, obra de esforzados individuos en el arte de entenderse porque carecen de norma que los constituya, al respecto la clave puede hallarse en la carta de Kafka a su padre y su notable lamento: Ich habe niemals die Regel erfahren ("Nunca me han dicho cuál es la norma"). Pero aparece ahora un músico popular de enorme éxito (ese enorme éxito lo hace tan significativo) y me obliga a confesar dos pecados fundamentales que esconden su asqueroso rostro bajo lo que llevo escrito; el primero es pecado de soberbia: la propia del tonto letrado que cree que se sitúa lejos del tráfago del mundo moderno y señala al pasado como único lugar de la presencia, pronunciando oscuramente el viejo odi profanum vulgus et arceo. La memez del intelectual, que uno creía siempre lejos de sí mismo. El segundo es su inseparable y horroroso correlato: desesperación y pesimismo que impiden hallar a día de hoy, en el mismo presente que nos ha sido regalado, no ya vestigios o ruinas, sino formas plenas del sentido del mundo u hombres capaces de manifestarlas.
Todo esto para decir que Manolo García ha publicado canciones nuevas y hacer al respecto un par de consideraciones. En primer lugar que nunca había oído yo declaración política alguna de su parte, singularidad en un mundo - éste del arte - de activistas y militantes comprometidos. Ahora, sin embargo, incluye un gesto de compromiso que no es propiamente político, sino antropológico. Escribe: "Creo que va quedando claro que no basta con "cerrar el grifo o ducharse en vez de bañarse", con "separar el vidrio y el plástico". La cosa va mucho más allá. Por ejemplo, y sólo es una entre las miles de causas del problema, la forma en que nos hemos ido acostumbrando (y nos han ido acostumbrando) a entender progreso y confort. Como ya sabemos, para conseguirlo un 20% del planeta estamos destruyendo el planeta entero. Y en mi opinión, encima, ni progresamos ni somos felices". [Añade un instrumento de afiliación a un amplio conjunto de grupos ecologistas: con cualquier entrada a unos de sus próximos conciertos podrá su público hacerse socio durante un año de alguna de las mencionadas asociaciones]. Comparto su alarma. Ahora bien, no conozco asociación ecologista alguna - ya la idea misma de "ecología" deja clara la posición - que no posea una comprensión naturalista del hombre y, por lo mismo, que no se sitúe en un universalismo abstracto desde el que se contempla un presunto género humano, asumido además como género anterior, es decir como especie humana biológica. Una perspectiva característicamente moderna. Pero lo que tenemos no es un problema ecológico sino histórico o político cuya profundidad ataca ya a los elementos antropológicos de la civilización que están siendo tomados y descompuestos por el desarrollo histórico de un orden ya multisecular, que designamos con el título breve de modernidad. Ataca a estos elementos en sus dos costados, destruye el mundo porque desarticula aquel citado junco que lo contempla, deshace el mundo porque quiebra la comunidad que lo soporta y no la recíproca. En este terreno nada tienen que decir las asociacones ecologistas pero dice mucho el artista que no parece saber todo lo que ejecuta. Dice mucho una canción pequeña que describe, nada más y nada menos, que una pequeña tienda (¿qué mejor contrafigura del infierno de las grandes superficies?). Dice:
Todo esto para decir que Manolo García ha publicado canciones nuevas y hacer al respecto un par de consideraciones. En primer lugar que nunca había oído yo declaración política alguna de su parte, singularidad en un mundo - éste del arte - de activistas y militantes comprometidos. Ahora, sin embargo, incluye un gesto de compromiso que no es propiamente político, sino antropológico. Escribe: "Creo que va quedando claro que no basta con "cerrar el grifo o ducharse en vez de bañarse", con "separar el vidrio y el plástico". La cosa va mucho más allá. Por ejemplo, y sólo es una entre las miles de causas del problema, la forma en que nos hemos ido acostumbrando (y nos han ido acostumbrando) a entender progreso y confort. Como ya sabemos, para conseguirlo un 20% del planeta estamos destruyendo el planeta entero. Y en mi opinión, encima, ni progresamos ni somos felices". [Añade un instrumento de afiliación a un amplio conjunto de grupos ecologistas: con cualquier entrada a unos de sus próximos conciertos podrá su público hacerse socio durante un año de alguna de las mencionadas asociaciones]. Comparto su alarma. Ahora bien, no conozco asociación ecologista alguna - ya la idea misma de "ecología" deja clara la posición - que no posea una comprensión naturalista del hombre y, por lo mismo, que no se sitúe en un universalismo abstracto desde el que se contempla un presunto género humano, asumido además como género anterior, es decir como especie humana biológica. Una perspectiva característicamente moderna. Pero lo que tenemos no es un problema ecológico sino histórico o político cuya profundidad ataca ya a los elementos antropológicos de la civilización que están siendo tomados y descompuestos por el desarrollo histórico de un orden ya multisecular, que designamos con el título breve de modernidad. Ataca a estos elementos en sus dos costados, destruye el mundo porque desarticula aquel citado junco que lo contempla, deshace el mundo porque quiebra la comunidad que lo soporta y no la recíproca. En este terreno nada tienen que decir las asociacones ecologistas pero dice mucho el artista que no parece saber todo lo que ejecuta. Dice mucho una canción pequeña que describe, nada más y nada menos, que una pequeña tienda (¿qué mejor contrafigura del infierno de las grandes superficies?). Dice:
"Hay sobre las puertas agrietadas
cruces de pita seca.
Y en aleros desconchados
cuelgan mazorcas regadas de alberca.
Y yo me siento ante la mesa vieja
frente al paisaje
a contemplar; a regentar tu tienda
y fluir con la tarde.
Hay sobre las puertas que han vivido
otras manos, otros roces, otras dichas,
y en sus despintadas vetas,
dignidad de rincón tibio, de cueva
de taberna.
Es tu figón, tu pequeña tienda.
Y yo me siento ante la mesa vieja
frente al paisaje
a contemplar, a regentar la tienda
y fluir con la tarde (...)"
Me permito poner en continuidad palabras de E. Jünger: "Este es el lugar donde cambian de dueño objetos que durante muchos años, durante decenios y siglos han estado llevando una vida soñolienta en las familias y en los hogares- Afluyen de las habitaciones, de los desvanes, de los tasteros y traen consigo recuerdos anónimos. El mercado está repleto de irradiaciones de los lares". Cada vez es más difícil encontrar mercados y tiendas semejantes.
En fin, me limito a señalar una canción que García ha titulado "Saldremos a la lluvia", con un estribillo que podría convertirla en himno, dice un fragmento:
"...sobre la superficie caminamos;
que sobre la superficie nos salvamos.
No sólo pueden ellos. Y mejor si no hay motores
Tenemos velas.
Bajo nosotros, los huesos y las piedras
que son los sedimentos de nuestra incierta gloria.
Y si llueve saldremos a la lluvia
a vaciar el semillero de sonrisas
y esperar cosecha. En la silla de parar las prisas.
Tanto correr, tanto asentir, tanto quemarse...
El viento traerá nuevos encuentros,
amores nuevos y una vida dulce,
más plena cuanto menos soberbia..."
En fin, lo dejo aquí entre la agonía y la esperanza.
que sobre la superficie nos salvamos.
No sólo pueden ellos. Y mejor si no hay motores
Tenemos velas.
Bajo nosotros, los huesos y las piedras
que son los sedimentos de nuestra incierta gloria.
Y si llueve saldremos a la lluvia
a vaciar el semillero de sonrisas
y esperar cosecha. En la silla de parar las prisas.
Tanto correr, tanto asentir, tanto quemarse...
El viento traerá nuevos encuentros,
amores nuevos y una vida dulce,
más plena cuanto menos soberbia..."
En fin, lo dejo aquí entre la agonía y la esperanza.
1 comentario:
Lindo.
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