Léase como se desee, pero entiendo que esta fórmula es mucho más precisa que su inversión - socialdemocracia - o que cualquier otra alternativa. En todo caso, el producto es siempre el mismo, y no es bueno. El siglo pasado ha sido el del definitivo fracaso, pero la profundidad del abismo sólo con el paso del tiempo se irá calando. Pero jamás enteramente.
Yo tengo oportunidad de contemplar anualmente el inexorable advenimiento de la barbarie. Quiero decir que en mi localidad las instituciones municipales partitocráticas declaran fiestas, que son, por tanto fiestas políticas o, lo que es lo mismo, fiestas sociales. Los ciudadanos acatan la orden y se degradan en nombre de la felicidad. El espasmo felicitario apesta a alcohol y orín y a mí, y a mi familia, nos atropella el hedor y el grito de completa libertad social. Estado de excepción, es decir, fiesta: el soberano tiene potestad para su declaración.
Me consuela pensar que tengo dispuesta una vía de escape: momentánea, frágil, e insuficiente como la vida, pero todavía bastante para ir viviéndola. Replegarse, abandonar estas fronteras y atrincherarse. No hay más: cuento con alguien.
1 comentario:
En nombre de la felicidad, motivada ésta, por el impulso de la aparente libertad que se cree disfrutar, ejercer, haciendo gala de la "desconexión", "des-estrés" que produce la degradación.
¿Es esto lo que llaman libertad del querer? Porque con estas actividades queda patente la hegemonía de la libertad de obrar, sobre la otra; haciendo así de marioneta de distracción sobre lo realmente cuestionable. Esto no hay quien lo mueva sin educación y reforma del pensamiento.
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