7/6/11

Max Horkheimer: piedra de toque-clave de bóveda.

En algún lugar leí a Michel Foucault declarando que su desconocimiento de la obra de Max Horkheimer le había supuesto una década de trabajo, que podría haber orientado de otro modo de haber conocido antes al de Stuttgart. No es posible replicar un texto al modo en que se lo propone el contramodelo metafísico del Pierre Menard de Borges, sin embargo, cabe seguir estrechamente un rumbo análogo, casi idéntico. Determinar la mínima deriva que nos distancia de ese rumbo previo puede ser una tarea capaz de dar de sí una obra distinta y, sin embargo, entrañable, pareja y cercana. Pero otra, sin duda alguna, en su íntimo centro. Digo esto porque mi ignorancia del mismo autor me ha conducido a su próxima cercanía y, aunque resulte petulante esta afirmación, he ido elaborando su obra con mis manos; pese a que la figura resultante ofrezca únicamente el gesto imperfecto de su rostro.
A este respecto y como pórtico que me permite enlazar con el umbral mismo de estas notas, el siguiente texto que, además de la cercanía con la cuestión primera señala, nebenbei, al lugar de la familia.

"No podemos afirmar que el placer que un hombre exeperimenta ante un paisaje, por ejemplo, duraría mucho tiempo de estar  a priori convencido este mismo hombre de que lo que percibe no son sino meras formas y colores; de que todas las estructuras en las que éstas juegan un papel son meramente subjetivas y carecen de toda vinculación a tal o cual orden o totalidad cargado de sentido; que, sencilla y necesariamente, no expresan nada. Si tales placeres se convierten en costumbre, puede experimentarlos el resto de su vida, o puede no llegar a ser consciente de la falta de significado de las cosas que le complacen. Las inclinaciones de nuestro gusto se forman en nuestra primera infancia; lo que aprobemos después, nos influye menos. Puede que los hijos imiten al padre, que tendía a dar largos paseos, pero una vez la formalización de la razón esté suficientemente avanzada, pensarán haber cumplido el deber para con su cuerpo obedeciendo las instrucciones de un curso de gimnasia impartido por una voz radiofónica. Una paseo por el paisaje, tal como es experimentado por un caminante, se convierte en arbitrario y carente de sentido. El paisaje degenera a mera experiencia turística" (Horkheimer, M. Crítica de la razón instrumental)

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