16/6/11

Violencia y legitimidad: 15 de mayo

Están los medios más indignados que los manifestantes que así se titulan. Al parecer el llamado movimiento ha perdido su suavidad y ejecuta una danza demasiado brusca para la sensible entraña del Leviatán. No ha sido un movimiento excesivamente violento si antedemos a la prensa. "Intimidar gravemente" significa "insultar", "escupir", "arrojar agua o leche" sobre el pulido rostro de nuestra democracia. 
No está bien maltratar a estos señores y es, además, peligroso porque tienen a su disposición el ejercicio de la violencia legítima. El señor A. Mas amenazó legítimamente a los manifestantes con dejar caer el mazo de su legitimidad sobre este pueblo que le parece estar convirtiéndose en turba o populacho. Pero es que lo que se está poniendo en discusión es precisamente el sentido de esa idea de "legitimidad", por eso los que la dan por consabida y evidente, arrogándosela o, ruego disculpas, asumiéndola legítimamente merced al resultado arrojado por el aparato electoral, califican a los que no la reconocen como turba antisistema, dado que se dirigen, al parecer, contra los principios en los que se asienta la idea asumida de legitimidad (democrática). Modificar el aparato electoral - empezando por la ley electoral y apuntando al sistema de partidos - significa atacar esa idea de legitimidad. Éste es el primer objetivo y fundamental del llamado movimiento del 15 de mayo.
Son muchos años de adoctrinamiento contra la violencia, pero hay formas sutilísimas de violencia: como violencia infinitesimal y cotidiana puede entenderse el actual tedium vitae derivado de unas condiciones de vida que habían escondido, aunque podía verse con facilidad, tras el nuevo modo de consumo  "individual, lúdico-libidinal y de masas", el feo gesto de absoluta inanidad metafísica de una vida meramente civil. Ésta es la raíz envenenada del aburrimiento, esa forma de dolor sordo, que infecta los días de las muchedumbres.
Puede que al impugnar la legitimidad se esté a punto de dar un paso fundamental de mayor envergadura: impugnar nuestra reducción a la condición de ciudadanos. No somos o no somos esencialmente ciudadanos.
No tengo esperanza y más bien temo que esa violencia, que late tras el no reconocimiento de la legitimidad democrática, alcance el grado de una violencia profunda capaz de negar la actual reducción civil de las personas. Por otra parte, sería la manifestación más evidente de una derrota de la antimetafísica moderna y la única afirmación de libertad.
No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada" (Mateo 10)

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