La modernidad, como exclusivo campo histórico de su análisis, convierte al sociólogo en un anatomista de superficie. Sobre la superficie casi inmediata de la modernidad su intervención no alcanza la profundidad serena de la historia.Sus explicaciones son siempre cortas de vista por limitadas en su regreso a la cota intrascendente del tiempo nuevo. Sin duda es preciso progresar al presente, pero para ello hay que haberse alejado lo suficiente. Acaso su vínculo con el ensayo revolucionario de re-fundación del orden antropológico, orientado a la producción del hombre nuevo, sitúe a la sociología en el horizonte de la modernidad. Cuando los siglos transcurran la densidad histórica dotará de profundidad a la "mirada sociológica", a la vez que desmentirá de hecho su presunta potencia generadora de un presente sin historia.
En particular cuando contempla realidades abisales (las instituciones de parentesco y, en especial, la familia) su luminosa superficialidad es deslumbrante.
"Podemos preguntarnos acerca de las motivaciones para el matrimonio y las motivaciones para tener hijos. La búsqueda de la felicidad es motor fundamental del comportamiento contemporáneo y de las decisiones acerca del matrimonio. Lo novedoso no es esa búsqueda de la felicidad sino la legitimación de la misma.Frente a los principios de sacrificio y entrega, que estaban presentes en la idea tradicional de la familia, surge, cada vez con más fuerza y mayor legitimación, el derecho individual a la felicidad que atempera el sentido del deber. Frente a la idea del matrimonio vitalicio, sin excusa para escapar del mismo, se legitima el egoísmo individual con la renovación constante del acuerdo interpersonal. Ello introduce una mayor fuerza en los lazos internos de la pareja y es, a la vez, la clave de su vulnerabilidad. Por otra parte, los hijos ya no son un regalo o una fatalidad del destino sino el fruto de una decisión consciente de los padres. Tanto para aquellos que deciden tenerlos o no tenerlos, como para los que, no teniéndolos espontáneamente, se someten a tratamientos para llegar a engendrarlos, los hijos son cada vez más una elección. El resultado más evidente es que son menos y están mejor atendidos; el más profundo es que se desean y por ello son un valor distinto, una expresión de los padres, algo en lo que éstos se juegan más y se exponen en mayor grado. Los hijos son una proyección de los padres en mucha mayor medida que cuando su nacimiento era resultado del azar y no de una decisión consciente del hombre y de la mujer. De este cambio y de las nuevas relaciones interpersonales que implica se deriva que la familia es cada vez más una unidad emocional" (Inés Alberdi)
El único medio real de demolición ideológica, que consiste en el choque de ideologías opuestas, no está al alcance de un enfoque expresamente limitado al tiempo presente, cuya homogeneidad ideológica induce una estúpida certidumbre y conciencia errada de verdad. Puede, así, discurrirse de modo solemne, con una reverberante claridad, sin vislumbrar ni un instante la insana sombra del fondo del mundo.