Perdido en la oposición interior/exterior, A. Comte no encuentra modo de armonizar un individuo y una sociedad, de suyo inconciliables. Su ensayo de pensar semejante articulación, bajo la forma de su Religión Universal, no puede resultar eficaz. En efecto, sólo puede comprenderse adecuadamente en términos de las relaciones de proximidad y distancia envueltas en la tradicional vinculación entre persona y comunidad, condición de auténtica religiosidad. Pero no cabe duda de que Comte ha visto con claridad el feo rostro de la sociabilidad moderna, precisamente en sus obras postreras, aquellas en que la cuestión por la religión resulta acuciante. Son numerosas las descripciones del abismo moderno; algunas magníficas por su concisión, homo homini lupus, otras lo son por su abundancia. Las descripciones involuntarias que Comte hace de la modernidad destacan por su precisión técnica:
"EL SACERDOTE. Acabáis de plantear, hija mía, el principal de los problemas humanos, el cual consiste, en efecto, en hacer gradualmente prevalecer la sociabilidad sobre la personalidad (1), aunque esta sea espontáneamente preponderante. Para comprender mejor la posibilidad de conseguirlo, es preciso ante todo comparar los dos modos opuestos que lleva consigo, naturalmente, la unidad moral, según que su base inferior sea egoísta o altruísta.
Las expresiones múltiples que acabáis de emplear con respecto a la personalidad, dan testimonio involuntariamente de su impotencia radical para constituir una armonía real y permanente, aun en un ser aislado. Como que esa unidad monstruosa no exigiría solamente la ausencia de todo impulso simpático, sino también la preponderancia de un solo egoismo. Pues bien, eso no existe más que en los últimos animales, en que todo se refiere al instinto nutritivo, sobre todo cuando los sexos no están separados. Pero en todos los demás, y principalmente en nuestra especie, la satisfacción de esa necesidad fundamental deja que prevalezcan sucesivamente varias otras tendencias personales, cuyas energías, siendo casi iguales, anularían sus pretensiones opuestas a dominar el conjunto de la existencia moral. Si no se subordinaran todos a los afectos externos, el corazón estaría constantemente agitado por conflictos íntimos entre los impulsos sensuales y los estímulos del orgullo, la vanidad etc.; cuando la concupiscencia propiamente dicha cesara de reinar con las necesidades puramente corporales. Así, la unidad moral sigue siendo imposible, aun en la existencia solitaria, para todo ser dominado exclusivamente por afectos personales que le impidan vivir para los demás. Tal sucede con algunas fieras que, salvo en circunstancias pasajeras, flotan ordinariamente entre una actividad desordenada y una postración innoble, por no tener fuera de sí los principales móviles de su conducta" (Catecismo positivista)
(1) Entiende Comte por personalidad lo que se designa a veces con las palabras individualismo y egoísmo (NT)
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