El mercado satura el mundo de la vida, del que no queda rastro. El proceso de la modernidad puede juzgarse culminado. Y llegados a este punto conviene establecer lo más obvio. Así como Antoine de Rivarol sabía hace más de dos siglos que el señor, endeudado, era un esclavo de sus acreedores, hemos de empezar hoy a reconocer a nuestros señores. "casi todos los súbditos son acreedores del señor…, que así resulta esclavo, como todo deudor" (Rivarol)
Los señores de la tómbola electoral son únicamente comparsa de los señores de la gran subasta. En el proceso de reformas que los señores nos exigen, hemos de empezar por deshacernos de algunos absurdos, sirva de ejemplo la expresión contradictoria "deuda soberana". Un soberano no tiene deudas, él es el único acreedor. ¿Cómo podría servir de garantía del cumplimiento de las obligaciones el que se encuentra obligado?.
Ya hace tiempo que deberíamos saber, incluso los más recalcitrantes y refractarios a la nueva Realidad, que el Estado nacional que coadyuvó al despliegue del mercado nacional ha quedado reducido a medio, si no a comparsa - como dije arriba - al servicio del mercado cósmico, quiero decir mundial. Mercado financiero tras el cual las formaciones dominantes detentan una soberanía que no se ejerce más que en el juego descabezado del incremento de beneficio. El ya viejo equilibrio - otrora europeo, hace tiempo mundial - que fue el único ortograma regente de la acción política internacional, está ahora tutelado por las fuerzas del mercado, que - tras haber transitado por un proceso de neutralización religiosa, moral o metafísica - se quieren hoy también políticamente neutralizadas. Con esto significan que no les mueve la hegemonía política, la expansión y el dominio sobre los restos históricos del mundo, sino únicamente la disciplinada observancia del último principio existente, técnicamente absoluto, vacío de cualquier ganga o escoria no económica. Una escoria que ya sólo merece una determinación negativa respecto de la única realidad económica (aquí las referencias continuas a la empresa estatal y la marca "España").
Admitida la realización plena de la modernidad (aquí valdría también ilustración y una serie de términos análogos, dicho sea en honor de los que aún husmean una modernidad o ilustración alternativa) lamento, sobre todo, la imposibilidad de arrodillarnos - puesto que hemos sido vencidos - ante la persona del nuevo soberano. Es un orden impersonal y abstracto que ya hoy sería ridículo presentar en la vieja figura de una mujer con gorro frigio, como aquella diosa Razón que se alzó en el pedestal de la Madre del Señor, en el simbólico lugar de este proceso, que no era la prisión de la Bastilla, sino la Catedral de Nuestra Señora de París. No hay imagen que pueda figurar su rostro, la Razón está definitivamente más allá de la Imaginación.
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