Hoy la norma ávida del mercado desatado dirige nuevamente su apetito a nuestra deuda, avalada por los países del norte, a través del BCE. Mañana nos encontraremos - sin posibilidad de previsión y sin medios de defensa - ante un nuevo envite de dejación, y nuestro amorfo rostro de consumidores satisfechos mostrará otra vez su gesto de alarma al ver peligrar su "calidad de vida" descalificada. Solución política no encuentro, porque no deseo ser profeta de algún mal, aunque sea menor.
Acaso reiterar una norma de elemental resistencia, en la que cifro en mi propio fuero la raíz esencial de Europa: aproximarse, unirse y permanecer juntos. Esta es la única muralla (katechon) ante el enemigo fundamental. En el mundo oceánico de las inmensas distancias, en el mundo del comercio y la espada, este elemental gesto de proximidad y reconocimiento puede resultar revolucionario por tradicional. Este contenido esfuerzo que asimila lo ajeno por continuidad inmediata, es la actitud básica de la existencia comunitaria. Pero esta proximidad pide soledad y retiro, y sólo así puede fundar una comunicación renovada. Estoy hablando de una comunidad de singulares, convivencia de solitarios, que ya sirvió de cerco ante el avance de la barbarie en otro tiempo.
"Pues aunque esté cercado de hombres buenos o de hermanos devotos, o de amigos felices o de libros santos, o de tratados hermosos, o de cantos suaves e himnos, todo aprovecha poco y tiene poco sabor cuando soy desamparado de la gracia y dejado en mi propia pobreza" (De la imitación de Cristo y menosprecio del mundo. Tomás de Kempis Capítulo. IX)
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