12/8/11

Narciso vandálico y triste.

¿Lucha de clases?. Cómo seguir hablando de lucha de clases en la atmósfera de un egoismo "microfísico, capilar y disperso" en la que un individuo puede aprovechar el tumulto para apedrear un restaurante de comida rápida, porque se opone a sus ideitas relativas a la forma más adecuada de alimentación. O donde una atleta olímpica logra un nuevo móvil por la vía directa de tomarlo de un escaparate, tras destruirlo. O donde un profesor se apropia un nuevo televisor de forma semejante. O donde, finalmente, una joven millonaria hace su justicia expeditiva, no en nombre de clase alguna, sino en su propio nombre, desvalijando la correspondiente tienda. Es notable que sean determinados aparatos electrónicos y bebidas alcohólicas los objetos preferentes del robo en masa.  
Hablar de "clases" se hace difícil en este ambiente no ya de radical nominalismo, sino de descomposición sin elementos, de manera que ya no es cuestión el desvanecimiento de toda subjetividad, sino que los elementos presuntos del presunto inconsciente se disuelven enteramente en relaciones volátiles, en fluctuantes proporciones movibles, donde no queda espacio alguno para la atribución de responsablidad. Es el irrespirable ambiente ultramoderno.
 La prensa liberal presenta estos casos como modelos de vandalismo enteramente ajeno a la necesidad económica. Olvida que la idea de "necesidad básica" es una residuo naturalista que no tiene valor alguno y que es cierta concepción del deseo,"vandálica" de suyo, sobre la que ha venido trabajando el mercado pletórico de nuestro sistema económico. Por su parte, los nuevos críticos críticos de este nuevo capitalismo han asumido tan bien la lección que han elevado una indefinida, ubicua y, por supuesto, inconsciente potentia gaudendi a la categoría de realidad subyacente al fenómeno económico.
Hace décadas Charles F. Kettering, de General Motors, sabía que la viabilidad de la nueva economía dependía de la producción de un sentimiento de insatisfacción generalizado. Pues ahí está.

"La clave para la prosperidad económica consiste en la creación organizada de un sentimiento de insatisfacción" 
(Charles Franklin Kettering, citado en Sánchez Ferlosio, Rafael. Non olet. Destino. Barcelona. 2003)

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