Es indudable que padezco una sencillez malsana, una ingenuidad que raya en la estupidez, pero no me es posible desprenderme de semejante candor. Sin duda hay algo que no entiendo, será mucho y muy importante, pero por no verlo no puedo determinar el abismo de mi ignorancia.
Días atrás me sublevaba la fórmula "deuda soberana", hoy me asombra el tierno desconcierto con el que los economistas contemplan la tormenta financiera. La insistencia de los inefables mercados por, al parecer, atacar a unos u otros países que, sin embargo, están cumpliendo las exigencias de las potentes instancias de gobierno o de gestión económica. Un benemérito analista señala que "roza el absurdo" un ataque tal, justamente cuando "España se está acercando al cumplimiento de las medidas exigidas por los organismos internacionales".
Estos inversores pueden ignorar el cumplimiento de cualquier exigencia porque la única norma que orienta su acción es la que busca el continuo incremento del beneficio, entendido - naturalmente - en términos económico cuantitativos, en términos de capital. La única cuestión a dilucidar es la de si estos inversores están o no subordinados a determinantes históricos o políticos o actúan más allá de estas determinaciones clásicas. En el primer caso el ataque, como todo ataque, pide una defensa que puede ser un contraataque o una rendición; en el segundo nos encontraríamos ante todopoderosos piratas. Éste ha de ser el caso porque se nos recomienda hacia ellos un trato exquisito: "En palabras del gobernador del Banco de España, Miguel Fernández Ordóñez, en realidad son "solo personas" a las que hay que escuchar cuando tienen razón, pero en caso de que se equivoquen, más que atacarlos es mejor tratar de convencerles con datos y razones objetivas."
Corsarios (Privateer) o piratas (Pirate) la diferencia es poca cuando se trata de razón de guerra. Hace un siglo una situación de reordenación mundial análoga, aunque a menor escala, no escondía el anclaje nacional e imperial de los contrincantes y desembocó en la noche de los tiempos que se extiende entre 1914 y 1945. Hoy estos Sres inversores, capaces de comprar los bonos de cuya colocación parece que dependemos, pretenden haberse deshecho de todo referente histórico, actúan en el limbo sin historia del más abstracto mercado financiero y su único ortograma es el egoiforme incremento de beneficio. Acaso esconden, tras su inimaginable abstracción, un resto de realidad histórica y sirven al sostenimiento del último emperador. Acaso no, y como piratas, en el sentido más estricto, no sólo no deberíamos someternos a su extorsión, sino tratar de medir con la soga el diámetro de su cuello. Desde luego, esta última determinación pide la mayor precaución ante la naturaleza y magnitud del enemigo.Cierto que el mercado no tiene cuello ni hay soga que lo estreche. Pero, dentro de mi ingenuidad, no he alcanzado todavía el delirio idealista extremo que admite voluntades sin cuerpo. Al margen de cualquier otra consideración sería bueno llamar por su nombre al que nos ataca y no olvidar - pese a tantos años en el limbo posthistórico - que siempre mereció el honroso título de enemigo.
Corsarios (Privateer) o piratas (Pirate) la diferencia es poca cuando se trata de razón de guerra. Hace un siglo una situación de reordenación mundial análoga, aunque a menor escala, no escondía el anclaje nacional e imperial de los contrincantes y desembocó en la noche de los tiempos que se extiende entre 1914 y 1945. Hoy estos Sres inversores, capaces de comprar los bonos de cuya colocación parece que dependemos, pretenden haberse deshecho de todo referente histórico, actúan en el limbo sin historia del más abstracto mercado financiero y su único ortograma es el egoiforme incremento de beneficio. Acaso esconden, tras su inimaginable abstracción, un resto de realidad histórica y sirven al sostenimiento del último emperador. Acaso no, y como piratas, en el sentido más estricto, no sólo no deberíamos someternos a su extorsión, sino tratar de medir con la soga el diámetro de su cuello. Desde luego, esta última determinación pide la mayor precaución ante la naturaleza y magnitud del enemigo.Cierto que el mercado no tiene cuello ni hay soga que lo estreche. Pero, dentro de mi ingenuidad, no he alcanzado todavía el delirio idealista extremo que admite voluntades sin cuerpo. Al margen de cualquier otra consideración sería bueno llamar por su nombre al que nos ataca y no olvidar - pese a tantos años en el limbo posthistórico - que siempre mereció el honroso título de enemigo.
Salud.
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