"Nuestra época es la verdadera época de la Crítica, a la que todo tiene que someterse. La religión mediante su carácter sagrado y la legislación mediante su majestad quieren hurtarse a la misma de consuno. Pero de inmediato provocan justificadas sospechas contra sí mismas y no pueden reivindicar ese inequívoco respeto que la razón sólo concede a aquellas cosas que han podido resistir airosamente su libre y público examen" (I. Kant 1781)
En torno al 1600 se incorporan al inglés y al francés un grupo de palabras de origen latino (criticus -a -um. Criticus -i). En efecto, a lo largo del siglo XVII adquieren carta de naturaleza las expresiones critique, cristicism o criticks. Refieren, en principio, al arte del juicio, y muy en especial el juicio relativo a textos antiguos. Su campo original es el del humanismo; pero también alcanzará a obras de arte y literatura, extendiéndose finalmente al juicio sobre hombres y pueblos. De los textos antiguos a la Sagrada Escritura, el crítico tiende naturalmente a la desacralización. La tendencia trasciende al campo religioso en que se sitúe el crítico; así Richard Simon utiliza el término crítica para referirse al método según el cual afronta los textos bíblicos, pero toma el término y el método de Capelle que ya en 1650 había contrastado el texto primitivo con las traducciones del antiguo testamento. Ahora bien, según Simon el calvinista Capelle no habría reparado en las consecuencias de su método, a saber: la disolución del principio protestante de una fe absoluta en la Escritura. Simon reclama, por el contrario, la necesidad de una tradición eclesiástica que medie la lectura del texto sagrado. Esta tradición crítica sabría reconocer las superposiciones y contingencias en la redacción de la Escritura. Las "verdaderas leyes de la crítica" - afirma Simon con Espinosa - no dependen de la fe y atañen también a los protestantes. Ahora bien, es el propio Simon quien no parece notar las consecuancias de un enfoque que practica un desplazamiento de la Revelación al método claro y racional de la Crítica. Con perfecta coherencia Simon será excomulgado y expulsado de la Iglesia católica, como lo fuera Capelle de su propia iglesia.
De este modo, el choque durante las guerras y querellas religiosas llevará a humanistas y críticos textuales a alinearse con los políticos encontrando en los partidos eclesiásticos un enemigo común. Pero superadas las luchas confesionales - ya en pleno siglo XVIII - se separan ambos campos de manera que la crítica racional tambien afrontará entonces al Estado en sus ataques.
Todas las iglesias - aunque enfrentadas entre sí - encuentran un enemigo compartido: la crítica textual. Esta fractura política quiebra la vieja conjugación entre razón y Revelación, una ruptura que arroja una polarización dualista, característica del XVIII, y de la que somos herederos, la contradicción dualista: fe-razón.
La Crítica, signo de la creciente distancia entre razón y Revelación, finalmente se convertirá en la actividad que construye la cesura. La obra de Pierre Bayle puede significar el momento determinante de la plena escisión. Bayle entiende que "Le règne de la critique" - cuya hegemonía ostentan inicialmente gramáticos, eruditos y traductores - comienza con el Humanismo, si bien su expansión posterior acaba dominando todos los campos del saber humano hasta identificar la Crítica con la actividad misma de la Razón. Más allá de su campo originario: estético, histórico o filológico la Crítica deviene el modo de alcanzar conocimientos ciertos y acabará orientándose hacia el propio método de semejante producción de conocimiento, acabará - en suma - convertida en crítica de la razón misma.
La actividad crítica discurre a favor y en contra de su objeto situándose así en un plano superior a los partidos enfrentados, a modo de tribunal sancionador, según la metáfora manida. El proceso de la crítica, proceso juidicial interminable, se reanuda indefinidamente puesto que el veredicto está siempre sujeto a nuevas alegaciones, capaces incluso de impugnar la validez del tribunal: la Crítica vive en la atmósfera del progreso. En la república de las letras, sometidas al imperio de la crítica, no se descansa nunca. Esta plena libertad supone un continuo ejercicio de esgrima dialéctica, un proceso interminable de ataques y defensas, sobre un horizonte de futuro progresivamente lejano en que la verdad inexpugnable quedaría definitivamente asentada más allá de la crítica. Así pues, en esta República de las Letras se ha introducido la guerra de todos contra todos, eliminada por el Estado Absoluto, y reaparece precisamente en el orden (social) de la vida privada o interior concedida por el Estado al hombre como tal, esto es, como mero hombre. La democracia total rousseauniana se realiza inicialmente en la República de las Letras, será el modelo de una forma política que no sólo legaliza la guerra civil dialéctica, sino que la convierte en fundamento de su legitimidad.
En este orden no hay cohesión, ni vínculo alguno, porque la verdad sólo se abrirá paso en un mañana indeterminado a partir de la pugna dialéctica del día de hoy. El crítico alude al mañana que legitima su acción presente, le libera de responsabilidad y de culpa haciéndole partícipe de una soberanía racional que está más allá de los partidos y alienta ya en el escenario del futuro. Todo crítico se adelanta a su tiempo y señala un horizonte; pavoroso por crecientemente lejano.
Bayle es todavía escéptico acerca del logro de resultados definitivos y unívocos como efecto de la crítica, pero fija ya una escisión característica: Religión y Revelación se oponen frontalmente a la razón. Una generación tras Bayle se tratará de reducir críticamente a la religión, hasta rechazar la existencia misma de cualquier iglesia. La plena soberanía de la razón hipercrítica segrega toda religión, cuyas pretendidas funciones históricas quedan reservadas a una moral racional.
Ahora bien, todavía Bayle impone un límite a la crítica: más allá de la crítica sólo está el Estado. Siempre es un delito la crítica política, al margen de la justicia o injusticia del Estado. En buena ortodoxia hobbesiana, Bayle ordena la sumisión política de la razón. Las "mentes progresistas" debieran limitarse a la ciencia y las tareas del espíritu. Si el progreso y la crítica infectan el campo político el resultado es la guerra civil. Esta es la raíz de su distinción entre la critique y las satires y libelles diffamatoires. Escribe Bayle:
"Las sátiras tienden a despojar a un hombre de su honor, lo que resulta ser una especie de homicidio civil, y en consecuencia, una pena que no debe ser infligida sino por el soberano. Pero la crítica de un libro no tiene como objeto sino mostrar que un autor carece de tal o cual grado de luces... No se usurpa nada de aquello en que consiste la majestad del Estado haciendo conocer al público las faltas que aparecen en un libro"
La crítica se mueve en el terreno del conocimiento, y no ha de alcanzar al hombre en cuanto súbdito. Ahora bien, si la crítica no quiere rozar el campo del Estado, tampoco se subordina al Estado: se ejerce en paralelo puesto que ejercida sobre todos los campos accesibles a la razón, se quiere asimismo discreta en su renuncia a afectar al ámbito político del Estado. Esta separación entre el reino de la crítica y el Estado es, sin embargo, el presupuesto de la crítica política.
En efecto, fijada la separación entre Crítica y Política se usará semejante distinción - Voltaire - para traspasar inocentemente las frontreras del reino político. No era posible que el Estado quedará dogmáticamente a salvo de la intervención crítica y además la instancia que pone al Estado mismo en tela de juicio se concibe trascendente a todo partido político, como instancia superior a los términos en pugna: a favor o contra el Estado. En efecto, de forma en apariencia neutral y en nombre de una verdad suprapartidista se ejerce una crítica que ahonda la escisión crítica-política, a la vez que la invoca. Apolítica y pretendidamente metapolítica la crítica es de hecho y eficazmente política.
Tras la victoria de la razón sobre la Revelación cuya datación puede fijarse hacia la mitad del siglo, la crítica se orienta hacia el Estado. La distinción hombre-súbdito que estaba a la base de la constitución del orden político absolutista, gira ahora en la oposición persona-autor. Hay que desbordar críticamente la obra expresa y pública y calar en la auténtica opinión que será así el objeto último a cuyo esclarecimiento y puesta en público se orienta la crítica. El arcano queda ahora transgredido e iluminado. Ahora bien, en la medida en que todo se torna público también se aliena ideológicamente, todo puede significar políticamente, todo está políticamente señalado y el rey tampoco está ya a salvo. "La Crítica es la muerte del rey".
En esta expansión total de la crítica al terreno político, no se dejó de reclamar apolítica (metapolítica, diríamos nosotros) sobre su pretendido carácter racional, natural o moral; lo que garantizaría el predominio de la verdad. Haciendo valer el dualismo estricto la crítica adquiere su agudeza y potencia destructiva. Si se trata de suspender la polarización perfecta de la crítica y la política se recibirá la acusación inmediata de politización y partidismo. Voltaire utiliza esta polarizacion a sabiendas de su íntima deshonestidad con fines de enmascaramiento y ocultación. Pero la generación posterior desconoce la índole de la escisión y se verá llevada simplemente a la hipocresía, a una mendacidad que consiste en erigirse en juez abstracto y absoluto de todas las cosas. El propio Voltaire pudo escribir: "No hay uno sólo de estos críticos que no se crea juez y confidente del universo". Envueltos por sus coordenadas dualistas estos hipócritas se desconocen y llevan al extremo su polarización reductora. Ahora juzgar es reducir, medir todo por el mismo rasero. Ahora bien, al hacer esto pierden la especificidad de lo reducido:
"Los ilustrados desenmascaran, reducen, ponen en evidencia, y al proceder así olvidan que en la ejecución del desenmascaramiento se disuelve el contenido propio de los desenmascarado"
Pero es que desde las coordenadas que asumen ciegamente - ilustrados deslumbrados - la operación crítica reductiva cuenta de antemano con su resultado. Tomado el rey en cuanto hombre no puede ser más que un usurpador, la crítica lo adopta despojado de su figura histórica de suerte que, enajenado de su elemento político, como mero hombre el rey sólo puede ser tirano. "No saben que el poder inspira al poderoso".
Consumado el tránsito de la república de las letras al Estado, los dualismos construidos en su oposición sirven a la demolición de la soberanía y la supresión de todas las diferencias. Hay que haberse puesto en el lugar de la razón, por el banal acto de tutear al rey - desenmascarado como mero hombre -, con completa incomprensión de la propia posición, de modo que pueda uno asumirse órgano de la verdad, la virtud y la humanidad. El deslumbramiento que todavía pudo vencer Voltaire ciega plenamente a los críticos ultrametafísicos y liberadores del hombre. Pero la crítica se mueve en una espiral ascendente e incesante. Con ironía escribe Diderot en 1758:
"Dice el autor: señores, escuchadme; pues yo soy vuestro señor. Y dice el crítico: es a mí, señores, a quien cumple escuchar. Pues yo soy el señor de vuestros señores"
Estos críticos críticos conducen a la crisis, en un proceso que suspende sus condiciones mismas. Condorcet, que - siguiendo a Turgot - traza el bosquejo de un progreso histórico infinito escapa a la guillotina sólo mediante el suicidio.
Finalmente, el obscurecimiento por deslumbramiento que han padecido estos críticos hipócritas, ejercitantes de dualismos heredados cuya constitución desconocen, tiene su raíz en la filosofía burguesa de la historia. Esta filosofía de la historia poseyó un sombrío poder obscurecedor.
"La crisis, incluso cuando la guerra civil se alza ya amenazadoramente ante la vista, es conjurada como un tribunal moral, que representa la conclusión histórica plena de sentido: término sólo del encausamiento crítico incoado por la burguesía contra el Estado" (R. Koselleck)
En este orden no hay cohesión, ni vínculo alguno, porque la verdad sólo se abrirá paso en un mañana indeterminado a partir de la pugna dialéctica del día de hoy. El crítico alude al mañana que legitima su acción presente, le libera de responsabilidad y de culpa haciéndole partícipe de una soberanía racional que está más allá de los partidos y alienta ya en el escenario del futuro. Todo crítico se adelanta a su tiempo y señala un horizonte; pavoroso por crecientemente lejano.
Bayle es todavía escéptico acerca del logro de resultados definitivos y unívocos como efecto de la crítica, pero fija ya una escisión característica: Religión y Revelación se oponen frontalmente a la razón. Una generación tras Bayle se tratará de reducir críticamente a la religión, hasta rechazar la existencia misma de cualquier iglesia. La plena soberanía de la razón hipercrítica segrega toda religión, cuyas pretendidas funciones históricas quedan reservadas a una moral racional.
Ahora bien, todavía Bayle impone un límite a la crítica: más allá de la crítica sólo está el Estado. Siempre es un delito la crítica política, al margen de la justicia o injusticia del Estado. En buena ortodoxia hobbesiana, Bayle ordena la sumisión política de la razón. Las "mentes progresistas" debieran limitarse a la ciencia y las tareas del espíritu. Si el progreso y la crítica infectan el campo político el resultado es la guerra civil. Esta es la raíz de su distinción entre la critique y las satires y libelles diffamatoires. Escribe Bayle:
"Las sátiras tienden a despojar a un hombre de su honor, lo que resulta ser una especie de homicidio civil, y en consecuencia, una pena que no debe ser infligida sino por el soberano. Pero la crítica de un libro no tiene como objeto sino mostrar que un autor carece de tal o cual grado de luces... No se usurpa nada de aquello en que consiste la majestad del Estado haciendo conocer al público las faltas que aparecen en un libro"
La crítica se mueve en el terreno del conocimiento, y no ha de alcanzar al hombre en cuanto súbdito. Ahora bien, si la crítica no quiere rozar el campo del Estado, tampoco se subordina al Estado: se ejerce en paralelo puesto que ejercida sobre todos los campos accesibles a la razón, se quiere asimismo discreta en su renuncia a afectar al ámbito político del Estado. Esta separación entre el reino de la crítica y el Estado es, sin embargo, el presupuesto de la crítica política.
En efecto, fijada la separación entre Crítica y Política se usará semejante distinción - Voltaire - para traspasar inocentemente las frontreras del reino político. No era posible que el Estado quedará dogmáticamente a salvo de la intervención crítica y además la instancia que pone al Estado mismo en tela de juicio se concibe trascendente a todo partido político, como instancia superior a los términos en pugna: a favor o contra el Estado. En efecto, de forma en apariencia neutral y en nombre de una verdad suprapartidista se ejerce una crítica que ahonda la escisión crítica-política, a la vez que la invoca. Apolítica y pretendidamente metapolítica la crítica es de hecho y eficazmente política.
Tras la victoria de la razón sobre la Revelación cuya datación puede fijarse hacia la mitad del siglo, la crítica se orienta hacia el Estado. La distinción hombre-súbdito que estaba a la base de la constitución del orden político absolutista, gira ahora en la oposición persona-autor. Hay que desbordar críticamente la obra expresa y pública y calar en la auténtica opinión que será así el objeto último a cuyo esclarecimiento y puesta en público se orienta la crítica. El arcano queda ahora transgredido e iluminado. Ahora bien, en la medida en que todo se torna público también se aliena ideológicamente, todo puede significar políticamente, todo está políticamente señalado y el rey tampoco está ya a salvo. "La Crítica es la muerte del rey".
En esta expansión total de la crítica al terreno político, no se dejó de reclamar apolítica (metapolítica, diríamos nosotros) sobre su pretendido carácter racional, natural o moral; lo que garantizaría el predominio de la verdad. Haciendo valer el dualismo estricto la crítica adquiere su agudeza y potencia destructiva. Si se trata de suspender la polarización perfecta de la crítica y la política se recibirá la acusación inmediata de politización y partidismo. Voltaire utiliza esta polarizacion a sabiendas de su íntima deshonestidad con fines de enmascaramiento y ocultación. Pero la generación posterior desconoce la índole de la escisión y se verá llevada simplemente a la hipocresía, a una mendacidad que consiste en erigirse en juez abstracto y absoluto de todas las cosas. El propio Voltaire pudo escribir: "No hay uno sólo de estos críticos que no se crea juez y confidente del universo". Envueltos por sus coordenadas dualistas estos hipócritas se desconocen y llevan al extremo su polarización reductora. Ahora juzgar es reducir, medir todo por el mismo rasero. Ahora bien, al hacer esto pierden la especificidad de lo reducido:
"Los ilustrados desenmascaran, reducen, ponen en evidencia, y al proceder así olvidan que en la ejecución del desenmascaramiento se disuelve el contenido propio de los desenmascarado"
Pero es que desde las coordenadas que asumen ciegamente - ilustrados deslumbrados - la operación crítica reductiva cuenta de antemano con su resultado. Tomado el rey en cuanto hombre no puede ser más que un usurpador, la crítica lo adopta despojado de su figura histórica de suerte que, enajenado de su elemento político, como mero hombre el rey sólo puede ser tirano. "No saben que el poder inspira al poderoso".
Consumado el tránsito de la república de las letras al Estado, los dualismos construidos en su oposición sirven a la demolición de la soberanía y la supresión de todas las diferencias. Hay que haberse puesto en el lugar de la razón, por el banal acto de tutear al rey - desenmascarado como mero hombre -, con completa incomprensión de la propia posición, de modo que pueda uno asumirse órgano de la verdad, la virtud y la humanidad. El deslumbramiento que todavía pudo vencer Voltaire ciega plenamente a los críticos ultrametafísicos y liberadores del hombre. Pero la crítica se mueve en una espiral ascendente e incesante. Con ironía escribe Diderot en 1758:
"Dice el autor: señores, escuchadme; pues yo soy vuestro señor. Y dice el crítico: es a mí, señores, a quien cumple escuchar. Pues yo soy el señor de vuestros señores"
Estos críticos críticos conducen a la crisis, en un proceso que suspende sus condiciones mismas. Condorcet, que - siguiendo a Turgot - traza el bosquejo de un progreso histórico infinito escapa a la guillotina sólo mediante el suicidio.
Finalmente, el obscurecimiento por deslumbramiento que han padecido estos críticos hipócritas, ejercitantes de dualismos heredados cuya constitución desconocen, tiene su raíz en la filosofía burguesa de la historia. Esta filosofía de la historia poseyó un sombrío poder obscurecedor.
"La crisis, incluso cuando la guerra civil se alza ya amenazadoramente ante la vista, es conjurada como un tribunal moral, que representa la conclusión histórica plena de sentido: término sólo del encausamiento crítico incoado por la burguesía contra el Estado" (R. Koselleck)
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