30/11/08

Nótulas. Sobre R. Koselleck (9).

La distinción moral-política tuvo su matriz en la relegación al interior del juicio privado de toda posición religiosa y moral, como una suerte de renuncia exigible al objeto de garantizar la paz civil (contenido del "contrato"). Pero esa distinción pasará a servir de fundamento a toda crítica social - de apariencia no política - por parte de la société. Falsa apariencia de neutralidad del juicio social que alcanza carácter de hipocresía: aparente ingenuidad de la crítica que se pretende fundada en un plano no político, un plano que se quiere metapolítico con falsa ingenuidad. En efecto, adoptando el punto de vista moral cuyo sujeto sería el género humano su discurso se arropa de inocencia. Nuevo sacerdocio de la cultura cuya potencia política - medida por la masificación y la tecnología - resultará luego irresistible.
"La jurisdicción de la escena comienza allí donde termina el terreno de las leyes mundanas". Jurisdicción que se sitúa lejos del mundo y del siglo: las artes se erigen en instituciones morales que velan por una jurisdicción de pretensión metapolítica: los derechos de la humanidad. Del Essay on Criticism de Pope al arte para la moral de Diderot, son innumerables los tratamientos de semejante "jurisdicción de la escena". En ellos se hallará siempre la limpia frontera que divide el lado luminoso de la moral humana y el terrible poder de la política real. Reactualización de un gnosticismo extremo, una suerte de catarismo moderno que no conoce grados: luz u oscuridad. El Arte: antagonista sin matices del poder político existente. El siglo XVIII ha reducido el mundo a un campo en que se debaten fuerzas radicalmente polarizadas que se expresan en la forma de oposiciones perfectas: razón-fe, libertad-despotismo, naturaleza-cultura, comercio-guerra, luz-tinieblas...

"Sólo aquí escuchan los grandes de este mundo aquello que jamás, o muy raramente, escuchan: la verdad. Y lo que no ven nunca, eso lo ven aquí: el ser humano"

La oposición analítica convierte a los términos en clases complementarias. No sólo se oponen derecho moral y derecho político, sino que el derecho político es, de suyo e inmediatamente, inmoral. La ley moral, por su parte, habría de resultar políticamente nula, perfectamente no política. De un lado un derecho moral políticamente impotente y por lo mismo puro derecho, terreno del "deber ser"; de otro lado, un derecho político imperante y por lo mismo mera facticidad, poder de hecho (no derecho) y terreno del "ser".
La escena - el Arte o, en general, lo que hoy conocemos como el "mundo de la cultura" - se convierte en tribunal moral. Habrá que no querer ver para negar que la crítica moral de la escena es, de hecho, una crítica contra el Estado a cuya jurisdicción busca hurtarse desde el reino de la angélica libertad de la cultura. Crítica política que, lejos de su fundamento concreto, deriva de la misma separación estricta, desde la que se opone una instancia pura o meramente moral a una instancia pura o meramente política. Ni siquiera será preciso formular la crítica puesto que está inscrita en la imagen dualista del mundo que acuña la época1.
El siguiente paso es obvio: Schiller está al final del proceso incoado contra el Estado por la clase intelectual de la sociedad emergente, y su juicio crítico exige ya la acción concreta, la crítica deja ver ya la crisis. "Tenemos que esquivarlos o enfrentarnos con ellos, tenemos que destruirlos o someternos a ellos"
El nuevo concepto de la Crítica ha servido a la escisión, es el arte del juicio que separa lo verdadero de lo falso, lo bello de lo feo, lo justo de lo injusto. La Crítica es inherente a la imagen dualista del mundo que define el siglo.

1. ¿No sería análoga la polarización y semejantes los rendimientos que ha logrado hacer valer a día de hoy un discurso revolucionario, que puede juzgarse de raíz gramsciana?

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